5
de mayo, jueves. Dice
la mitología griega que Pegaso era un caballo blanco, brioso y con poderío, con
alas, que volaba por los aires y eso hacía parecer que corría sin necesitad de
sustentarse. Nació de la sangre de Medusa. Era indomable y en una ocasión le dio
una coz a una roca y brotó agua…
Desde hace unos días, por los aires
patrios corre un caballo desbocado. No es blanco, no. Es negro, de malos presagios
y por donde pisa brota incomprensión, inquina, odio, ¡qué sé yo!
El pueblo de Israel es sin duda el pueblo
más inteligente de cuantos han habitado en un puñado de miles de años este
planeta. Rodeado de enemigos más poderosos, ha luchado contra todos y siempre
ha salido victorioso.
Ahora domina el mundo, no con la fuerza
bruta, sino con la fuerza de la inteligencia. En lo material, el dinero del
planeta está en sus bolsillos y bajo su control. Se sabe que quien tiene el
dinero tiene el poder y todo cuanto viene detrás.
Idearon un programa de espionaje –
Pegasus – para saber qué piensan todos los demás posibles competidores y con
quienes tienen que compartir el pastel que ellos, quieran cederles y, en
consecuencia, actúan de la manera que más les conviene. Con programas
informáticos que se adentran hasta las telarañas de los más sofisticados aparatos,
sacan consecuencias y marcan las pautas. O sea, a eso se le llama espionaje.
Parece que un vecino que nos quiere
mucho y que además es amigo de ellos, les ‘ha comprado’ el programa y a la
chita callando se han enterado de todos los entresijos que anidan en las mentes
de nuestros dirigentes políticos. No es que esos aparatos lean las mentes – que
ya hasta tengo mis dudas que no lo hagan, sino que han desentrañado las
conversaciones y los mensajes y todo eso que te pensaban hacer.
Se ha liado. Los que se aprovechan de la
debilidad de los demás (“Bienaventurados
madre / los políticos de oficio / que trabajan para el pueblo / si ello les da
beneficio”) tienen el patio revuelto. Truenos y granizos. Algo más que
tormenta de primavera.
Dentro de poco vendrá algo aún peor.
Seguro. Por ahora me quedo con los cascos de otro caballo, aquel que Federico
recogió del zorongo popular: “los cascos
de tu caballo / cuatro sollozos de plata”. ¿A que suena mejor?
No hay comentarios:
Publicar un comentario