4 de
mayo, miércoles. Mañana de primavera, magnífica. Media mañana.
El sol, entre nubes siembra de sombras, como quien esparce belleza a voleo por
el campo verde. El campo revienta de hermosura. El cielo está sembrado de la
Gracia de Dios. Amapolas, margaritas, florecillas de nombres desconocidos… El
campo ha superado abril ahíto de agua y encara mayo lleno de flores nuevas.
Como aquella primavera de la que hablaba Manuel Machado, que anunciaba claveles
y niñas “que por mayo se hacen mujeres”.
Mayo es también el mes de
romerías, ferias, patios de geranios, rosales de rosas blancas, rojas,
amarilla, lilas… Hace unos días, mi amigo Tomás López daba el calendario de las
devociones marianas en la provincia de Huelva. Algo así como la Guía Práctica
de la gente que se echa a andar por los caminos y canta y reza, porque cuando
se canta rezando es como rezar dos veces…
Ermitas perdidas en los cerros,
en la llanura, en las orillas de los ríos, en las quebradas de las montañas, en
lugares en los que uno no ha reparado nunca porque, entre otras cosas,
desconocía y, claro, lo que se ignora difícilmente puede valorarse y están ahí
a la espera de que algún viajero se acerque a sus puertas.
Mayo también tuvo su sitio en
el romancero. “Que por mayo era por mayo / cuando hace la calor / cuando los
trigos encañan / y están los campos en flor” ¿Cabe más belleza, más ternura,
más anhelo de libertad y una descripción más poética?
Están los almendros con la
fruta nueva, cuentas de un rosario de ilusión que tendrá su rezo, cuando
lleguen los rigores del verano y venga el momento de recolectarlas. Entonces
habrá arrullo de tórtolas en el brocal del pozo.
Me he acercado al Santuario de
Flores. Iba con un grupo de amigos. Cuando nosotros entrábamos, un hombre
encendía unas velas en el luminario…Umbría, silencio, recogimiento. Casi
siempre que me acerco, a cualquier hora, hay gente... Cantos de pájaros en los
árboles que rodean el edificio. Se escuchan las palomas en el alféizar de la
ventana.
“Con flores a María” fue
también una manera de acercarnos los niños a la estampa de la Inmaculada que
llenaba el testero del final de aquella habitación que llamábamos aula,
mientras don José Oropesa entonaba el “Venid y vamos todos…”
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