18 de
mayo, miércoles. Tiene – eso dice el calendario, solo ochenta
años, recién estrenaditos – cabellos blancos, blancos de nieve, abundantes, ojos
astutos escondidos tras unos lentes y una sonrisa permanente en la cara. Es un
hombre de corta estatura. Algo así como el optimismo de quien tiene andado
muchos caminos y aún no se ha cansado porque sabe que El Dorado siempre está un
poco más allá, solo un poco más allá.
Antonio era como esas
golondrinas que anuncian que viene la primavera, pero no. Verán. Él ponía el
primer puesto de castañas ¡bajo una sombrilla de playa! O sea, cuando el verano aún se aposentaba
como un tozudo que no quería irse. Su hornillón de carbón, humeaba y desprendía
calor. Luego, cuando el tiempo viraba y llegaban los atardeceres largos de
otoño fríos, allí, junto a su presencia se agradecía un calorcito íntimo de
carbón y de amistad.
Antonio, trabajador
empedernido. En las tardes largas, espaciadas en las que no corría el tiempo y
hasta las moscas dormían la siesta, él con una motillo - sin que sea despectivos, por supuesto - recorría
las calles del pueblo. En las esquinas sobresalía la voz que anunciaba la
presencia del helado…
Rivero – Autocares Rivero –
transporta viajeros en la línea desde Álora hasta El Chorro. Las mujeres habían
venido al pueblo a hacer sus avíos. Regresaban. Era mediodía y Antonio con sus
rifas – con más cartón que premio – engatusaba al personal que sacaba la
papeleta con la ilusión de que le tocase el
cartucho de caramelos, el puñado de cacahuetes…
Antonio – por cierto, que no he
dicho, Díaz su apellido – era un hombre a un canasto pegado. Recorría la banda del
campo en los partidos vespertinos ofreciendo productos para los nervios: pipas,
chicles, caramelos, a los espectadores futboleros. Verlo aparecer en cualquier
espectáculo con su canasto largo de mimbre y su asa central para engancharlo al
brazo era algo así como decir que ya estábamos todos.
Alguien dijo que detrás de un
gran hombre hay una gran mujer. En este caso, se llama María. Hace unos días me
los encontré por la calle y me dijo que ella me echaba de menos… Pues ya ves,
María aquí estoy dando lata y más lata.
Antonio y María…. Me han
honrado con su amistad. Ellos siempre me han ofrecido una sonrisa, una palabra
amable. Yo solo puedo devolveros unas líneas de afecto, Antonio que cumplas
muchos más.
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