miércoles, 18 de mayo de 2022

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Antonio y María

 

                                     


18 de mayo, miércoles. Tiene – eso dice el calendario, solo ochenta años, recién estrenaditos – cabellos blancos, blancos de nieve, abundantes, ojos astutos escondidos tras unos lentes y una sonrisa permanente en la cara. Es un hombre de corta estatura. Algo así como el optimismo de quien tiene andado muchos caminos y aún no se ha cansado porque sabe que El Dorado siempre está un poco más allá, solo un poco más allá.

Antonio era como esas golondrinas que anuncian que viene la primavera, pero no. Verán. Él ponía el primer puesto de castañas ¡bajo una sombrilla de playa!  O sea, cuando el verano aún se aposentaba como un tozudo que no quería irse. Su hornillón de carbón, humeaba y desprendía calor. Luego, cuando el tiempo viraba y llegaban los atardeceres largos de otoño fríos, allí, junto a su presencia se agradecía un calorcito íntimo de carbón y de amistad.

Antonio, trabajador empedernido. En las tardes largas, espaciadas en las que no corría el tiempo y hasta las moscas dormían la siesta, él con una motillo  - sin que sea despectivos, por supuesto - recorría las calles del pueblo. En las esquinas sobresalía la voz que anunciaba la presencia del helado…

Rivero – Autocares Rivero – transporta viajeros en la línea desde Álora hasta El Chorro. Las mujeres habían venido al pueblo a hacer sus avíos. Regresaban. Era mediodía y Antonio con sus rifas – con más cartón que premio – engatusaba al personal que sacaba la papeleta con la ilusión de que le tocase el  cartucho de caramelos, el puñado de cacahuetes…

Antonio – por cierto, que no he dicho, Díaz su apellido – era un hombre a un canasto pegado. Recorría la banda del campo en los partidos vespertinos ofreciendo productos para los nervios: pipas, chicles, caramelos, a los espectadores futboleros. Verlo aparecer en cualquier espectáculo con su canasto largo de mimbre y su asa central para engancharlo al brazo era algo así como decir que ya estábamos todos.

Alguien dijo que detrás de un gran hombre hay una gran mujer. En este caso, se llama María. Hace unos días me los encontré por la calle y me dijo que ella me echaba de menos… Pues ya ves, María aquí estoy dando lata y más lata.

Antonio y María…. Me han honrado con su amistad. Ellos siempre me han ofrecido una sonrisa, una palabra amable. Yo solo puedo devolveros unas líneas de afecto, Antonio que cumplas muchos más.

 

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