martes, 15 de marzo de 2022

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Roma y mora, y algo más

 

                                                

                     

                                                             


15 de marzo, martes. Don Manuel Machado definió a Córdoba como “romana y mora”. Es verdad, pero es también, algo más. Andar como perdido, como cuando no se va a un sitio determinado sino a donde los pasos encaminen por los alrededores de la Mez
quita, o sea por la judería, deja constancia de un pasado histórico muy rico.

Córdoba fue también judía. Vivió una época de esplendor cuando las tres religiones: cristiana, judía y musulmana, convivieron en la ciudad. No siempre esa coexistencia fue pacífica. Sufrieron entre ellos la intransigencia y la intolerancia que algunas veces como la cizaña en los trigales, aparece y no se sabe la causa.

En la plaza de Tiberiades levantan un monumento a Moisés ben Maimón, Maimonides, (Córdoba 1138 - El Cairo 1204) filósofo y médico judío. Su familia fue obligada a convertirse al islam y al final, él mismo tuvo que abandonar la ciudad durante la persecución almohade.


La puerta de Almodóvar formaba parte de las murallas que protegían Córdoba. Era el límite de la judería y a ella se llega por un laberinto de calles. Buen Pastor, Deanes (¿cabe más señalamiento cristiano?), Manríquez, Tomás Conde, Callejuela de la Hoguera (lo dice casi todo), Almanzor, (caudillo con más poder incluso, que el califa) o calle del Romero, exponentes de la existencia de las tres culturas a través del tiempo. Forman un dédalo por las que difícilmente entra el sol,

Las ciudades tienen también signos identificativos. Algunas son inseparables de sus ríos. El Guadalquivir es algo sin el que Córdoba sería otra cosa. Como Toledo sin el Tajo, Londres sin el Támesis, Soria sin el Duero o París sin el Sena.

La hilera de vegetación de ribera, marca su curso. Por Córdoba el río hace un meandro, bueno, varios meandros pronunciados. A lo largo de los tiempos, las gentes de ambas orillas decidieron construir puentes para facilita la comunicación a los dos lados. Puentes de piedra entonces, modernos los de hoy…

El final del invierno, cuando la arboleda comienza a vestirse le confiere un encanto diferente, especial, sugerente para soñar como se cumple aquello del poeta: “a la vez quieto y en marcha”. Y a media tarde, deja que en su vegetación exuberante se refugien los patos, se posen en sus ramas los cormoranes o el viajero sueñe con lo que fue, con lo que es en la actualidad, con su propia vida.

 

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