2 de marzo, miércoles.Y entonces Dios le susurró, - que
es como acostumbra a hablar a la gente que quiere- , a una mujer de La Puebla,
La Puebla del Río, que tiene alma de niña grande y le dijo: toma el camino y
vete a la Dehesa. Recoge el crepúsculo
que os voy a regalar esta tarde en la que ya se enfila el final del invierno.
Aligera. Vas entre dos luces.
Y ella fue. Y cuanto estuvo
allí… Se posicionó frente al acebuche que tiene forma de biznaga, el tronco
largo y un nido de cigüeñas en su copa que ha dejado de ser redonda. El
acebuche está como despeluznado, como si hiciera mucho tiempo que no usa el
peine. La cigüeña solitaria deja que se vaya el tiempo. Se recorta entre la luz
y las sombras. Emergen a voleo otros acebuches y pinos y árboles… y entonces
ella pensó y desde su interior le dijo…
-
Señor, me acuerdo cuando veo esta cigüeña
solitaria, de los versos Juan Ramón: “como los hombres tristes, siendo tantos
cada uno solo”
Y entonces, Dios fue y le dijo.
Sí, sí, se lo susurré Yo, y otras cosas también, ¿te acuerdas cuándo escribió de
aquella tarde que seguían los pájaros cantando, y tocaban las campanas del
campanario, y del pozo blanco y del rincón…?
Y Dios le dijo. Mira a la
laguna. Es un velo de plata esparcido sobre la yerba de la dehesa a estas horas
cuando el sol declina. Ya sabes, Yo, cada tarde recojo, durante unas horas el
sol para vosotros y hago que brille en otras tierras. Os lo vuelvo a regalar
cuando llega la mañana. Vosotros, entre tanto tenéis oscuridad. La alumbro con destellos distantes
y así algunos hombres pueden soñar con bosques encantados y con los colores que
no ve: azules, rosas, celestes, lilas…
Los hombres siempre sueñan. Los
sueños mueven a muchos hombres. El sol, disco de oro, se hunde poco a poco en
horizonte. Se va la tarde. El horizonte se ha vestido de tonos anaranjados,
rojizos… Y Dios, que está en todo, sin decirle nada a ella se dijo a sí mismo, y
luego hay algunos que se empeñan en negarme… ¡No tienen arreglo!
La verdad que no fue así, pero
¿a qué pudo serlo?
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