27 de marzo,
domingo. Tiene vocación de río, pero le
falta el curso continuo de agua y se queda en arroyo. En su nacimiento, junto a
la ermita que le da nombre, al sur del macizo kárstico de El Torcal es como un
potro encabritado que bracea a su antojo y se desboca bravucón y caprichoso. En
su vejez, o sea, en su final ya agotado se pierde en meandros pronunciados,
reacio a entregar el tributo al Guadalhorce, entre el Morquecho y La Molina,
que lo espera a la bajada de la Cuesta del Río, frente a Álora.
Es el
más importante del término municipal junto al arroyo de Las Piedras que nace en
los Prados de Eslava. Se alimenta de otros arroyos que le entregan sus aguas.
El arroyo de Los Chinos o de la Atalaya – la Atalaya de Omar -, Cañada del
Cerro del Cura, Valsequillo, y Espinazo del Perro, por la derecha; Ancón, Pedro de la Torre y Morales, por la
izquierda.
Se
menciona en el Libro del Repartimiento en las propiedades de “Diego de Vera, alcayde quedale (...) quince
arançadas de azebuchar e que haga heredad, linderos el arroyo Xebar y el Camino
Real”. El Catastro del Marqués de la Ensenada dice que “las tierras de
Catalina Romero, viuda, confrontan con el arroyo Jévar; por poniente, con el
Camino que va a Córdoba.”
En la
avenida del 26 de septiembre de 1906 dice la Hojita Parroquial que “entró por
lo alto del llano del olivar de Casablanquilla, inundando las huertas. En la
vivienda conocida como “casa del boticario” subió 80 ctms de altura. Destrozó
propiedades colindantes en Venta Tendilla y el Morquecho, arrancó fuertes de
piedra que protegían las márgenes y ahogó animales.
En la
de finales de los años cuarenta del siglo XX fue el protagonista de un suceso
triste y luctuoso. Un vecino, apellidado Torrijos fue arrastrado por sus aguas,
perdiendo la vida. Asido a una adelfa en el entronque con la cañada de la
Panera, en las cercanías del Tajo Galupe, frente a Casablanquilla, no pudo
resistir la fuerza de la riada. Su cadáver se encontró unos días después.
Aquella avenida se conoció, entre los vecinos del pueblo, como “la riada de
Torrijos”.
De
muchacho, uno recuerda al arroyo Jévar con agua clara y pajarillos abrevando en
sus ensenadas; con pececillos diminutos, ignorantes del fin cercano en los calores
del estío…
No hay comentarios:
Publicar un comentario