viernes, 11 de marzo de 2022

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. ¿Ahora sí?

 



11 de marzo, viernes. Llueve. Detrás de los cristales de la ventana veo los árboles mojados. Llueve, mansa, suavemente, con tanto tiento que casi  pide disculpas porque ha irrumpido en la intimidad y no quiere hacerlo y se sonroja y…

La tarde está dulce, placentera. El ambiente, casi idílico. Se han acurrucado los pájaros. A uno se le dispara un no sé qué por dentro y siente un gozo que quiere compartir y darlo y esparcirlo como el bieldo esparce la paja en la era.

El hombre del tiempo ha dicho que llueve en muchos lugares de España. Han salido imágenes donde el repiqueteo de la lluvia sobre el asfalto era tan inusual como que el premio gordo de la lotería de Navidad toque en la Administración de la esquina de la calle

Ahora cuando escribo estas líneas, El Hacho está entolado. Se han tomado todos los puertos. Sobre las cumbres de la Sierra de la Pizarra no se ve el cielo azul de otras tardes. Tampoco se asoma por encima del Puerto de Flandes, ni por las Orejas de la Mula, ni sobre El Torcal. Está cubierto también el Cerro de la Farola y el Sancti Petri y las Cruces… Uno se pregunta, ¿Dios mío, ahora sí?

El cereal ya está casi perdido. No nacieron las sementeras. Aún hay tiempo para que se recarguen los veneros, acopien agua los pozos y corran las cañadas y los arroyos. Si siguiera lloviendo podríamos tener una primavera de cine. Claro, que Hitchcock también hacía cine pero, de ese, de miedo y de terror, no; del otro.

Apunta la floración en los frutales. Melocotoneros, ciruelos, y nectarinos se han tocado con el manto blanco de la mantilla de nácar, de esa flor tan efímera que se marchita si se le llena el vaso de agua. Ojalá no ocurra. Y como dice el maestro Barbeito, ahora que Dios toca “arpa de la lluvia”, sea para bien del campo y dentro de unos días nos deleite con borbotones de margaritas, de amapolas, de siemprevivas, de lirios y violetas que este año no quieren venirse a tiempo…

Llueve. Alguien me dirá que ‘es ná y menos’. Estoy de acuerdo, pero se ha roto la inercia. La tarde se ha puesto de leche y miel como aquello que manaba la Tierra Prometida. ¡Bendito seas mi Señor por el regalo, aunque sea tan pequeñito!

 

 

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