11 de marzo, viernes. Llueve. Detrás de los cristales
de la ventana veo los árboles mojados. Llueve, mansa, suavemente, con tanto tiento
que casi pide disculpas porque ha irrumpido
en la intimidad y no quiere hacerlo y se sonroja y…
La tarde está dulce,
placentera. El ambiente, casi idílico. Se han acurrucado los pájaros. A uno se
le dispara un no sé qué por dentro y siente un gozo que quiere compartir y
darlo y esparcirlo como el bieldo esparce la paja en la era.
El hombre del tiempo ha dicho
que llueve en muchos lugares de España. Han salido imágenes donde el repiqueteo
de la lluvia sobre el asfalto era tan inusual como que el premio gordo de
la lotería de Navidad toque en la Administración de la esquina de la calle
Ahora cuando escribo estas
líneas, El Hacho está entolado. Se han tomado todos los puertos. Sobre las
cumbres de la Sierra de la Pizarra no se ve el cielo azul de otras tardes.
Tampoco se asoma por encima del Puerto de Flandes, ni por las Orejas de la
Mula, ni sobre El Torcal. Está cubierto también el Cerro de la Farola y el
Sancti Petri y las Cruces… Uno se pregunta, ¿Dios mío, ahora sí?
El cereal ya está casi perdido.
No nacieron las sementeras. Aún hay tiempo para que se recarguen los veneros,
acopien agua los pozos y corran las cañadas y los arroyos. Si siguiera
lloviendo podríamos tener una primavera de cine. Claro, que Hitchcock también
hacía cine pero, de ese, de miedo y de terror, no; del otro.
Apunta la floración en los frutales.
Melocotoneros, ciruelos, y nectarinos se han tocado con el manto blanco de la
mantilla de nácar, de esa flor tan efímera que se marchita si se le llena el
vaso de agua. Ojalá no ocurra. Y como dice el maestro Barbeito, ahora que
Dios toca “arpa de la lluvia”, sea para bien del campo y dentro de unos días
nos deleite con borbotones de margaritas, de amapolas, de siemprevivas, de lirios
y violetas que este año no quieren venirse a tiempo…
Llueve. Alguien me dirá que ‘es ná y menos’. Estoy de acuerdo, pero
se ha roto la inercia. La tarde se ha puesto de leche y miel como aquello que
manaba la Tierra Prometida. ¡Bendito seas mi Señor por el regalo,
aunque sea tan pequeñito!
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