6 de
marzo, domingo. Primer domingo de Cuaresma. La gente se ha
echado a la calle. Todo es bullicio, jolgorio. Hay un no sé qué de búsqueda de
felicidad, de espera a algo que viene de camino hacia alguna parte. Todavía, no
llega. No siempre la felicidad está
donde se busca. El otro día un amigo comentaba que la felicidad en sí, son
ráfagas, destellos, momentos que nos hacen ver la realidad de otra manera.
En la penumbra de los
almacenes, en las Casas de Hermandad, en las sacristías de los templos, huele a
productos de droguería para sacar el brillo a báculos y bastones, a cabezales,
a varales sobre los que golpean las bambalinas y arriba el palio, a pastas de
libro de regla, a laterales de alpaca que no son, pero parecen de plata…
Falta solo un puñado de días.
Hoy es el primero, después vendrán unos cuantos más y luego, el de Pasión y el
de Ramos y, entonces las ciudades y muchos pueblos serán reflejos de una
Jerusalén lejana que se ha venido a la palma – algunos hasta llevarán palmas de
las otras - de la mano. “¡Hosanna al
Hijo de David”!
Y vendrán niños con túnicas nuevas. Las madres
procesionan junto a sus niños, que no pueden ni sostener el ramo de olivo. Y
trajes de chaqueta y vestidos y zapatos nuevos y bolso a juego. ¡Ay aquello de “quien
no estrena el Domingo de Ramos se le caen las manos”! ¿Eso todavía tiene
vigencia? ¡Qué pregunta! Mientras mantenga abierta la tarjeta de crédito el
Corte Inglés…
La Cuaresma está recién
estrenada. Eso de entierros de sardinas y ayunos y penitencias y ejercicios
espirituales rematados en triduos, quinarios, septenarios y novenas, eran cosas
de otros tiempos. Ahora, no. Ahora toca una reserva en una casa rural, en unos
apartamentos en la playa, en una escapada de ocio hacia lugares lejanos. A
Cancún, por ejemplo…. ¿Y dónde queda eso?
Sonarán trompetas y tambores y
músicos vestidos de máscaras con las venas a punto de saltar por el esfuerzo,
soplando detrás de la corneta, y filas de nazarenos – sostened el cirio que la
procesión es larga – y Cristos y Dolorosas que rizan el barroco sobre tronos
con montes de claveles y buganvilias… Y a lo mejor alguien se acuerda de
aquellas palabras del Góglota: “Padre, perdónalos porque no saben lo que
hacen”.
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