8 de marzo, martes. El agua es la protagonista. En
los jardines islámicos, además, su esencia. En la Historia de la jardinería
tres hitos marcan momentos diferentes, distintos. Unos, lejanos en el espacio y
en el tiempo; otros, más cercanos, pero todos tienen dos hilos que los unen: el
agua y la intimidad.
Los jardines mesopotámicos, los
de Persia y Babilonia, marcaron momentos por los que suspiraba la humanidad
dentro de su sensibilidad por estos temas. De los dos se sabe más por lo que se
piensa que pudieron ser, que por su conocimiento real.
Se intuyen los jardines persas
por los cuentos de mil, de miles de noches donde imperó el amor, la
sensualidad, la interrelación humana que hicieron posibles la continuidad de la
especie. De los jardines colgantes de Babilonia la literatura contó todo lo que
los hombres soñaron que pudieron ser.
Los árabes en su expansión
hacia Occidente, se encargaron de traer mucho de todo aquello. Hoy la mejor
representación del jardín islámico está en Granada. El Generalife es la presencia
de todo un mundo donde lo más difícil es abstraerse del ensueño que provoca el
vergel y el rumor del agua.
Canalizaciones por los lugares
más recónditos la conducen hasta hacerla protagonista e imprescindible. El
aforismo dice que el agua es vida. Hay algo más, el agua les da la vida. Sin
ella, todos esos jardines tendrían por supuesto belleza, pero sería una belleza
diferente.
Hay otro elemento que va
también en su esencia: la intimidad. Vegetación exuberante. Granados, mirtos, arrayanes, almeces, magnolios,
nogales… recubren el espacio. Entre ellos, canalillos de agua. Se percibe el
rumor, se intuye su discurrir cuando saltarina, salva espacios y desniveles o
brota en los caños de las fuentes….
Nunca faltan el colorido de las
flores, sobre todo, de las rosas – “¡ay mi rosa de la Alhambra (…), cantó Miguel
de Molina, haré lo que tú me mandes / con tal de que fueras mía” –, gorjeos de
mirlos, jilgueros, piar de gorriones en sus persecuciones continuas entre los
tupidos cipreses, pájaros que no se ven pero se escuchan, se sienten cercanos,
guardianes del embrujo de cada momento, complemento imprescindible en los
jardines…
Los jardines modernos ponen una
nota diferenciadora en la vida del hombre. Una ciudad sin jardines es un
conglomerado de cemento, de edificios. En todos, quizá de manera diferente,
tampoco puede faltar el agua… porque entonces le falta la vida.
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