“Campo, campo, campo. / Entre
los olivos, / los cortijos blancos”. Lo vio don Antonio Machado. También vio
cómo venía la lechuza a beber en el velón de aceite de Santa María. El maestro
Barbeito, veía en los olivos de Bailén, los primeros de Andalucía, a un
escuadrón, en posición de firmes que presentan armas en el recibimiento a los
viajeros que se adentran por Despeñaperros.
Hace unos días el campo –
agricultores, ganaderos, cazadores… - se
ha presentado en las calles de Madrid. Desde Atocha hasta Nuevos Ministerios,
han subido por la Glorieta de Carlos V, Paseo del Prado, Plaza de Cánovas, que
por cierto era malagueño, Cibeles, Recoletos, Colón – al que todavía andan
buscándole el sitio de nacimiento – y Castellana….
El hombre del campo siempre
puso la espalda esperando el garrotazo del hambre, del señorito, del impuesto, del
temporal, del intermediario…, ahora ha puesto sobre las calles de Madrid su
hombría de bien. Han ido a lo que han ido. Ni un incidente, ni una bandera
ofensiva, ni un escaparate apedreado y roto, ni un comercio saqueado, ni un
coche volcado, ni un servidor del orden herido, ni un jardín destrozado, ni un
banco fuera de su sitio…
El hombre del campo ha puesto
sobre el asfalto su hastío, su impotencia, su clamor. No puede aguantar más. Yo,
a los hombres del campo que conozco son los que tienen arrugada la cara de
pasar frío y calor y las manos encallecidas; de los que saben de madrugadas
bajo las estrellas; de los que no pueden pagar el jornal, y de los que viven de
ese jornal que no les llega; de las mujeres que esperan el regreso, porque hay
que echar la casa adelante y los niños están ahí…
Mi abuelo decía que el campo
tenía mucho aguante. Todo el que se arrimaba al campo como mínimo, al regreso,
llevaba polvo en los zapatos. Esos hombres del campo saben lo que llevan pasado
y soportado.
Coincidí por la carretera con
muchos autocares que regresaban a los pueblos de Andalucía. Me acordé de don
Quijote cuando Cervantes hablaba que, por aquella tierra, a la hora del alba salió
al campo tan ufano, tan contento que de puro gozo le reventaban las cinchas del
caballo. Ésta era otra hora, la del crepúsculo. No sé su grado de satisfacción.
Solo me asaltada una pregunta. ¿Y ahora qué?
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