viernes, 18 de marzo de 2022

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Joaquín

 

 

                           Reales Alcázares. Sevilla

 

18 de marzo, viernes. Romero Murube – Joaquín Romero Murube – era un escritor ameno, directo, asequible, de los que llegan y tocan con los nudillos de la sensibilidad en el alma de quien lo lee, y si se le abre la puerta, entonces, se adentra y deja un poso de delicia y gozo.

No hay manera de ver con más acierto, con más sencillez, la vida íntima de los pueblos como lo hace él cuando habla de lo cotidiano, donde no pasa nunca nada. Unas ocasiones lo hace cuando cuenta cosas del suyo; otras, cuando describe otros pueblos perdidos en la campiña, al pie de una sierra, o en las orillas de un río y ven cómo pasa el agua…

Hurga como nadie en el alma oculta que se asoma a la ventana, o que va en el gañán que regresa del campo, o en la mujer joven que despierta a la vida y espera encontrar en el camino ese hálito de su sueño que vaga en su búsqueda...

Leer a Romero Murube es sacar la esencia de las rosas de los Reales Alcázares que tanto cuidó y amó, pero que solo se abren a quienes se acercan a ellas cuando buscan el aroma que tienen cuando están a punto o cuando ofrecen su belleza desde lo más recóndito de sus almas.

Cuando se lee a Romero Murube, no es solo la vida la que aparece entre las líneas de sus escritos. Hay algo más. Nadie mejor que él sabe sacar la poesía a las esencias de las cosas, algunas veces tan ocultas, que pueden estar en el seto que forma el vallado orillando el sembrado o en las campanas lejanas que dejan que su tañido se expanda, hasta perderse en la lejanía del campo.

A veces añoro y me imagino cómo debieron ser aquellas conversaciones entre él y Miguel Hernández entre mirtos, bajo los naranjos al amparo del arrullo de las palomas o en el canto entrecortado de los mirlos en las mañanas cuando el sol se abría paso en la espesura del jardín. Al otro lado de la muralla pasaba lo que estaba pasando… 

Flota en sus escritos siempre un olor que no aparece en los escritores de oficio. El suyo es el olor de lo auténtico, de lo singular, de lo único del que pueden – podemos – participar todos.

 

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