jueves, 17 de marzo de 2022

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Juanico, el de Bonela

 

                   


                      Álora. Calle Juan Naranjo. Siglo XX


 17 de marzo, jueves. Juan era un hombre alto, enjuto, de tan pocas carnes, que en su cara sobresalían los huesos de los pómulos. Andaba despacio, con las manos entrelazadas por detrás de la espalda. Arrastraba los pies y siempre calzaba zapatillas en chancletas. Asistía a todos los entierros. Siempre iba tarde y cerraba el cortejo de acompañantes un poco retrasado.

Era un hombre bonachón, de quien se cuentan cosas que, a veces, cuesta creerlas. Tenía una tienda en la mediación de la calle Juan Naranjo, conforme se bajaba, a la izquierda. En aquellos años de carestía, en la tienda de Juanico, el de Bonela (Juan Martín del Río) que era su nombre, había de todo lo que se podía necesitar: comestibles, calzado, prendas de vestir, aceite y azúcar al por mayor… Era un pequeño almacén de coloniales.

En las rejas de las casas colindantes a su tienda, la gente que venía del campo amarraba las bestias. Unas veces esperaban el turno para hacer las compras; otras, aguardaban a que regresasen los dueños que habían ido a una misa de difuntos, a jugarse una partida, a comprar el pescado….

Una noche sorprendió a una partida que, amparados en la oscuridad, había entrado por las ventanas traseras. Le estaba robando en el almacén. El hombre, parsimonioso, encendió la luz, los identificó:

-         Andad, andad y salid por la puerta de la calle, no sea que al saltar por la ventana en la huida os vayáis a lastimar….

Cuentan de su manera de actuar que avisado por los otros comerciantes del pueblo, de una clienta que solía hacer la trampa y luego desaparecía, respondió que no tenía ese problema y que a él le pagaba. Pasó el tiempo, la trampa era muy gorda y la ‘artista’ hizo mutis por el foro. Preguntaba a los vecinos por ella y le respondían que andaba por su casa…

-         Toma, dale este paquetito de café…

Al poco tiempo, con otro le mandaba un kilo de azúcar, un paquete de fideos, una libra de chocolate…

Regresó y le pagó toda la cuenta, anunciándole que seguiría ‘sacando’ de su tienda…

-         No hija, fiado ya ni los buenos días, que me ha costado mucho recuperarlo.

La tienda nos parecía magnífica, era profunda, larga. Sus paredes estabas cubiertas de estanterías acristaladas y a los niños que íbamos por los ‘mandados’ nos regalaba un caramelito….

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