Cuando salgas de Alozaina,
de nuevo en la carretera, gira hacia la izquierda. Por tierras de labor llegas
a la confluencia del río de los Caballos con Río Grande. Vas a Tolox; pueblo de
ida y vuelta. O lo que es lo mismo, es final de camino porque ya te frena la
sierra.
Estás al pie de la
Torrecilla, entre Sierra Blanca y Sierra Parda. Roca caliza y abundancia de peridotitas y óxido de hierro
que dan color y nombre, como ya - y has supuesto bien - habrás adivinado.
Barrancos y cañadas,
quebradas y torrenteras, gargantas... La Sima G.E.S.M. está considerada como la
tercera del mundo en profundidad. Tiene
más de mil cien metros.
Si es ocasión, contempla
cómo arranca la luna llena por entre los pinsapares - que por cierto, no sé si
te he dicho antes - alcanzan una vida media de hasta cien años y los
veinticinco metros de altura y son “una reliquia, casi en extinción, de los
bosques de grandes coníferas de hace
millones de años”.
Si tienes suerte, sigue con la vista
cómo planea el águila real, o cómo se encaraman las cabras – monteses, por más
señas - en lo más alto de las peñas, y el quejigal cuando pierde la hoja, y el
olor del orégano en primavera....
Y si, por un suponer,
eres de los que gustan de los ruidos estridentes entonces acércate, por San Roque, a mediados de
agosto. Más de sesenta mil cohetes suben al cielo.
Pero Tolox es naturaleza
y paisaje. En sus sierras y en la nieve, que baja a manera de aguas frías, cuando
el deshielo y, en su balneario y, en sus calles, empinadas y estrechas. Si no
quieres llevarte alguna sorpresa, déjate el coche a las afueras.
Goza de rincones donde a
la blancura de la cal se sobrepone el carmín de la rosa, y sorpréndete con la manera que tienen de “aprovechar las
calles para nosotros y para las bestias”. Pega hebra con alguna mujer que, muy
de mañana, y “antes de que llegue el calor”
una vez más, encalará la puerta. “Mire usted - te dirá, cuando le
preguntes - porque a una le gusta la limpieza”.
Y seguirá, dándole que te
pego, a la faena.
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