miércoles, 17 de mayo de 2017

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Lugar de moriscos

A medio camino, entre Alozaina y Casarabonela, al fondo, muy a lo lejos, entre bruamas, se ve el mar. Lo intuyes azul, inmenso; te  parecerá que la percibes y que hueles la brisa.

Casarabonela es una pincelada blanca pegada a la sierra. Un pespunte de primor en un encaje blanco, el punto final de la firma del artista que terminó el cuadro.

Cuando te llegues te aguardan dos sorpresas. Un extenso campo de cactus, ‘naturalmente’ montado por gente que vino de otro sitio y una pequeña hornacina de carretera. Nunca le faltan las flores.

Sigue camino. El pueblo, al alcance de la mano. Deja el coche donde el Arco del Cristo. Es pueblo de ‘hacerlo’ a pie. Callejea. Está ahíto de flores y cal. Sube hasta la plaza, o hasta la baranda de la iglesia dedicada a Santiago y que, obviamente, ¿cómo no?, se construyó sobre la mezquita, o hasta lo que queda en ruinas del antiguo castillo.
      
Por aquí pasaron, además de los del Neolítico, romanos y árabes.  Castra Vinaria y Qasar Bonaira, según para quien. Construyeron calzadas y castillo, y ahora te cuadra lo de según tiempo y para qué.

En su historia hay un pasaje. Te lo cuento. Verás. Fue cuando lo de los moriscos. La rebelión se inició en la Alpujarra; se extendió por todo el reino. Las cosas cuando la gente ni puede, ni quiere aguantar más.

Vencidos, fueron expulsados todos. El rey Felipe II extiende un salvoconducto al moro más viejo para que identifique las tierras repartidas entre los que llegaban; no había quedado nadie que pudiera hacerlo. Hasta aquí lo normal de la época.

Lo curioso viene ahora. El Justicia Mayor se llegaba hasta las casas de los vecinos y desde la puerta preguntaba.

- ¿Vive aquí? Y a continuación - mencionaba al ocupante

- Sí.

- En nombre de la Justicia, persónese.

A lo que el dueño  salía hasta la calle. Y entonces exclamaba en voz alta.

- Personándome - y volvía a repetir la retahíla - y no encontrándose su morador dentro - lo que era cierto - en nombre de nuestro señor el rey tomo posesión de esa morada.


Y así los fue expulsando a todos, uno a uno. ¿Cabe – pregunto -mayor recochineo? Pues así cuentan los papeles que se las gastaban en los tiempos de  nuestro señor, el rey don Felipe,  el Segundo.

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