Jorox es naturaleza viva,
un deleite entre sierras y pinares – a pie de carretera entre Alozaina y
Yunquera - y agua que baja limpia y
cristalina. Y primor de la vida en medio de vergeles de naranjos. Y roca
caliza, y valle que se abre sobre un vacío como si a saltos de saltimbanquis la
naturaleza se ofreciera en capricho único.
Si vas bien de tiempo - y si no
búscatelo - te sugiero que te sientes
junto al puente y contemples cómo se precipita el agua, abajo, en todo lo hondo
del barranco y a lo lejos; por el contrario, en frente, bajo un manto casi
siempre azul, la sierra parece acariciar el cielo. Es la Torrecilla. Más de mil
ochocientos metros. El pico más alto de la provincia, que ni que decir tiene
que si es invierno estará con un velo blanco.
Siento coartarte en tus idílicas delicias.
No has sido el primero; no. Antes, mucho antes, vinieron otros. Algunos se
asentaron: dejaron huellas en las Cuevas del Algarrobo y en la de las Vacas.
Dicen que eran del Paleolítico en un período enclavado en uno de esos muchos
nombres que se les asigna; luego romanos
- ¡mira que estos anduvieron por sitios; aquí, también, claro -. Los
árabes le sacaron rendimiento al gua. Hasta nueve molinos harineros en la
corriente del agua. Después, ya sabes lo que pasa, el tiempo, las costumbres,
eso que llamamos progreso; muchos desaparecieron.
Estás en un corredor
natural entre sierras con abundancia de agua y comprenderás por qué sobreviven
dos puentes romanos y que por cierto, llamaron al lugar “Juncaria”, que
dicen que significa “prado de juncos” y
que los árabes sembraron los naranjos de los huertos, y dados a hablar de
árabes, al igual se te viene una sonrisa cuando recuerdes que en Yunquera te
recomendaron la visita a la ‘ermita árabe’, y que, además, te dijeron que está
a medio kilómetro del pueblo, y te especificaron que sobre un cerro. Y es que
puestos a escribir, algunos, pues eso, que ya sabes...
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