Mientras
te repones de tanta belleza, cuando dejes, abajo, en la hondonada Jorox,
continúa el descenso hacia Alozaina. Caminas entre laderas de pinos que
sembraron para repoblar la sierra y para que tú goces de su verdor y de la
música, que sólo interpreta cuando corre entre pinares el viento.
Precaución.
La carretera, un carocoleo; se suceden las curvas para aprovechar, sin
construir puentes, el terreno. Lo de la economía que aprovechó para asfaltar
los caminos de herradura y esas cosas que se hacían antiguamente.
Cuando
llegues, casi sin darte cuenta, a Alozain estás en la rosa de los vientos.
Verás. Al frente, el pueblo; a la izquierda, hacia Tolox y, a la derecha,
bordeando sierra Prieta, Casarabonela.
Sabrás
que por aquí dejó constancia de su presencia el hombre del Neolítico. Luego,
los romanos, con asentamientos en Ardite. Los árabes, construyeron el castillo,
por lo de las defensas. El nombre del pueblo, dicen, es una deformación de la
palabra Alhosaina, que significa pequeño castillo. Después vino el
crecimiento; se desparramó a modo de casas blancas por los arrabales.
Pueden
que te cuenten - porque están orgullosos de su pasado - el relato de María
Sagredo: uno de los episodios históricos más destacables “tuvo lugar durante la
rebelión de los moriscos de 1570, cuando las mujeres, capitaneadas por la tal
María Sagredo, hicieron frente a una
incursión, por sorpresa, de la tropas del rebelde Zebalí”.
Y que su
pueblo es “el pueblo más bonito de España”, al menos así lo declararon, reconocieron y proclamaron, con un premio en
1977, pero ya sabes a donde va eso de los premios oficiales y lo del más bonito y todo lo demás. Yo - no sé tú -
suelo huir de este tipo de tópicos, porque nunca existe el “más” en nada, y cada
recodo del camino te da su pincelada, que al final conformarán el mosaico de tu
propia alma.
Pasea
por sus calles. Callejuelas estrechas y casas blancas. Conservan, sobre todo,
en el barrio junto a la iglesia, parte de la arquitectura popular andaluza,
donde, a la abundancia de cal, no falta el jazmín en la puerta, el geranio en
la ventana y el gato, que desde el alero del tejado, acecha su caza.
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