Ya está
aquí. Dice el calendario que hasta el veintiuno de junio no entra el verano.
Eso es lo dicen los que saben de astros, y de los caminos del sol, y de esas cosas
que nos quedan tan lejanas. Nosotros ya estamos, como en las grandes obras, en
el preludio. Es decir en lo que llega primero y anuncia lo que viene después.
El romancero
fue muy clarito. “que por mayo / era por mayo / cuando hace el calor…” Es la
calor del mediodía arriba, la que calentaba los cántaros de los segadores en la
solana de la loma; la que provocaba el miedo de cebadas tempranas bajo hoces y dediles, mandiles y ‘zahones de tela
de costal´; la que hacía que un enjambre de tabarros revoloteasen en el pilar
del pozo…
Esta mañana,
una banda de volantones daba sus primeros escarceos lejos del nido en el
vallado de los granados. Los pajarillos eran un grupo de chaveas con plumas que
disfrutaban del primer día de vacaciones lejos del nido. Los volantones
cambiaban el piar de aceptación ante la llegada de la madre por un gorjeo
propio de mozalbetes.
Se van
agostando los nísperos. Entre los mirlos ha corrido que comienzan a tomar color,
por el ombliguillo, las brevas tempranas. Han hecho las primeras visitas de
reconocimiento. En el lenguaje de los mirlos, o sea, el que solo entienden
entre ellos, se han dicho que todavía no están maduras, que hay que esperar
unos días… Ya se sabe, el que más madrugue se llevará el primer manjar.
Me dicen desde
Sevilla que allí ya se han dejado entreabierta la puerta del infierno. Es lo
normal por esa tierra y por la campiña de Córboda, como es normal que Venecia y
Granada, y París lleve a sus citas a los enamorados que quieren dar un paseo en
góndola o ver el Generalife en primavera o contemplar cómo pasan las aguas bajo
los puentes del Sena…
Quién quiera
calor, ya conoce dónde está la cita. Esta mañana, el río, el nuestro, daba
avisos que llega con todo su esplendor el estiaje, y que él, también, lo sabe. Es decir, estamos en el preludio del
verano.
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