María de los
Ángeles era de estatura mediana; tenía
los ojos pequeños y una mirada que iba más allá, mucho más allá; labios
abultados y la barbilla redonda, redondeada; una nariz proporcionada. Su
sonrisa le daba un rictus especial. Una verruga
en el labio superior, en el lado izquierdo junto a la comisura de la
mejilla le confería una personalidad
distinta.
María de los
Ángeles Guerrero González nació en Sevilla, en 30 de enero de 1846. Murió
ochenta y seis años después, es decir, en 1932 en la misma ciudad. Venía de una
familia pobre. Su padre cardador de lana, natural de Grazalema buscó en Sevilla
una vida mejor. Se casó con Josefa González. Tuvieron catorce hijos; seis
llegaron a la edad adulta. María de los Ángeles nace en la plaza de Santa
Lucía…
Su padre
murió relativamente joven. Trabajó para los frailes de la Trinidad; su madre,
también, llevado la lavandería y la
costura del convento; murió longeva. A los 12 años entra a trabajar en un
taller de fabricación de calzado; permanece hasta los 29. En plena juventud
conoce al padre Torres Padilla; le guía en su vida religiosa; le marca, de
hecho su vida.
Pretende
entrar en religión; no la admiten. Posteriormente lo consigue. Dura poco
tiempo. Unos vómitos continuos le obligan a salir. Se recupera; profesa votos
perpetuos fuera del claustro. Su vocación la llama a darse, a servir a los
demás… Tiene la idea de formar “la Compañía de la Cruz”.
Lo consigue.
Le acompañan Josefa de la Peña, con posibilidades económicas y que serán los
fondos para iniciar su andadura, Juan María Castro y Juana Magadán. Alquilan un
piso – pequeño- en la casa número 13 de
la calle San Luis. Es su primer convento.
Una epidemia
de viruela extendida por Sevilla propicia que las Hermanas de Cruz
intensifiquen sus esfuerzo para ayudar a los más pobres y necesitados. El
cardenal Spínola, el mismo año, 1876, las admite como orden. Sevilla ve como
cada noche dos monjas – van en pareja – acuden a auxiliar a enfermos, pobres y
necesitados. Una lo atiende en la espiritualidad; otra, en labores materiales.
A su muerte,
el gobierno de la República autoriza que se entierre en su convento; el
ayuntamiento republicano de Sevilla le concede una calle. Una capilla diminuta
acoge su cuerpo incorrupto: la gente reza a Santa Ángela de la Cruz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario