Hay un
tropel de espigas en medio de los trigos. La lluvia de estos días – agua de
mayo – da un refrescón en una ambiente demasiado caliente que apunta a verano.
Amarillea el campo. Las abubillas dan voladas cortas; en el caserón viejo tienen
el nido; Chamarines, mirlos,
jigueros…ponen sinfonía bajo un cielo de nubes y truenos.
Llega a
Fátima, el hombre vestido de blanco. Algunos
que se llaman pastores no le hacen ni puñetero caso y siguen sin oler a ovejas
pero desprenden olor a despacho. Va a canonizar, a los pastorcillos, que eso es
decir que son santos. Quieren revitalizar el milagro. La encina, el mensaje… Hay cosas; pues, eso.
Tuvo que ser
Rafael de León – no pudo ser otro – quien escribió aquello de ‘ay, trece, trece
de mayo…” Y habló de ojos de manzana y labios de cuchillo, de tu nombre sobre
el mío, de jacintos, de jardines… del amor de escalofrío. El maestro Solano
puso la música; Doña Concha Piquer, que ésta sí que era grande, la voz…
España de
medio luto; España en blanco y negro; España que se abría a un futuro incierto
y lejano porque el que ahora quieren sacar de la tumba y remover los huesos
tenía el poder en la mano. El que como Cid está ganando batallas después de
muerto, ¿qué otra lectura tiene si no, este revuelo?
Me mojo. Si
el Valle se construyó para los muertos en la guerra, pues ahí no está su sitio.
Y santas pascuas. Que no se olvide la lección, que no se repitan los hechos.
Aprendamos del dolor de todos y a ver, si de una vez por todas, a quien
enterramos de verdad es al Caín que llevamos dentro.
Hay prados
de amapolas, tintes de belleza y pasión; las bambolea el viento; hay rosas en
los arriates, en los parques; flores en los bordes del camino; hay borrachos de cariño con el alba y junto a
los trigos, y hay un revuelo de campanas
y “tu voluntad sonío. Ay, trece, trece de mayo…”
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