Tocan las campanas. Demasiados toques de campanas. A
muerto; a repique; a fuego, a misa de las de antes; a no sé qué puñetas tocan algunos días las campana. Campanas lejanas
perdidas en campanarios de ciudades bellísimas; otras, menos agraciadas.
Campana de catedrales con mucha historia en sus muros, de pueblos, de ermitas,
de espadañas…
José Luis Martín Vigil - murió en el olvido - fue un
jesuita que escribía sobre temas sociales. A los jóvenes que transitábamos por
los años sesenta y setenta del siglo pasado se nos hacía familiar. Muchos lo
leímos. Su título estrella: “Cierto olor a podrido”. Retrató parte de la España
de aquellos años.
Leímos, también, a Pérez Lozano. Escribía de otras
cosas, “Las campanas tocas solas”, o
Hemingway “Por quien doblas las campanas” que hablaba de guerra incivil. Eran
otros mensajes; otras campanas. Ahora tocan campanas con sones muy diferentes.
El refranero que es muy sabio dice que “cada campana da el son que tiene”.
Abruman los telediarios. Casi no se pueden abrir los
periódicos. La radio es un bombardeo continuo: papeles de un sitio lejano al
que bañan el Atlántico y el Pacífico; detenciones por dinero que viene de los
paraísos fiscales; otro dinero, de un lugar que fue paraíso y, ahora es
infierno…
Aflora podredumbre de los escondites más
insospechados. El olor es cierto; la podredumbre, también. Dan nauseas algunas
de las noticias que afloran. Nos dejan sumidos en el mayor de los
desconciertos. Cuesta creer muchas cosas. No cabe un golfo más por metro
cuadrado se ande cómo se quiera por los cuatro puntos cardinales.
Hablaba la Biblia de Sodoma y Gomorra, y de la
ausencia de personas justas por las que
al menos, una, le librase de la maldición. No hubo ni una sola. ¿Estaremos en
una situación similar a aquella?
El campo está ahíto de flores; una abubilla picotea
por el camino. Tiene plumas de colores; preciosas; su nido, fétido. Como el
nido de algunos protagonistas de estos días. Pasan las nubes; van para alguna
parte. ¿Qué escándalo que saltará
mañana?
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