La madre naturaleza, en algunas ocasiones - el maestro Alcántara cree y yo, con él - no se comporta siempre como una madre. Las madres
son todas buenas; ésta, a veces, se empeña en llevar la contraria. O sea que
ofrece la leche un poquito agriada.
Un terremoto de intensidad 7,8 ha barrido Ecuador. Ha
sido algo considerable en la escala de ese estadounidense con apellido alemán Richter,
que nació en Ohio y que se empeñó en darles puntos a los movimientos sísmicos como
los termómetros a las calenturas de los niños o la federación a los equipos que
compiten en la liga.
La onda expansiva del terremoto venía del mar; del
Pacifico, por más señas. Ese océano de
Pacífico solo tiene el nombre. Vasco Núñez de Balboa no acertó con el nombre de
pila. Ha sembrado de dolor y llanto a ese país y a parte de otros países que
también lloran porque sienten cariño y simpatía por ellos.
Me lo contaban el otro día. Se instala una colonia
de ecuatorianos en la zona. Surgen algunos ‘problemillas’. Un calé del
Sacromonte granadino lleva la queja a la autoridad competente: “señoría, han
llegado allí “unos payos ponis…”
En Madrid al cruce entre Hermanos García Noblejas,
Arturo Soria y Alcalá, conforme se baja a Ventas le han cambiado el nombre. Se llama
el “pequeño Quito”.
Bromas, aparte. Por lo visto lo único ‘grande’ de
todo lo que concierne al tema ha sido el terremoto. Ha afectado a las zonas más
pobres del país. Siempre se ceban en los más pobres. Es una constante; en las
fuerzas telúricas, también.
Según parece la Madre Naturaleza ha tenido poco control de mano. De un tiempo a
esta parte viene siendo algo normal. En febrero, otra fuerza, el volcán Chimborazo
tuvo una erupción. Las autoridades decretaron la alerta ‘naranja. Es la previa
a la máxima que se proclama cuando se prevén cercanas las catástrofes.
Envían ayudas humanitarias; se han movilizado
conciencias en muchos sitios. Ojalá la tragedia sea ya un punto y aparte, se
imponga la justicia social y llegue a quien tenga que llegar la ayuda. Tengo
mis dudas; serias dudas.
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