La melancolía de la lluvia es propia de una tarde de
otoño, de poema de don Antonio Machado, de canciones de Joan Manuel Serrat, de
fado, o de la música de Edvard Grieg con
su obra maestra Peer Gyint.
La tristeza y la rabia y la impotencia son propias de
otras situaciones. Uno no puede hacer nada; se come las uñas – en sentido figurado, claro
–. Se traga el telediario. Separa el humo del botafumeiro que da incienso a los
propios; se queda - lo intenta - con la
esencia de la cosa.
España es un totum revolutum, - perdón por el
latinazgo – pero a esto no hay Dios que lo entienda. Las necesidades de las
gentes están apiladas sobre una silla. Esperando que los señoritos decidan
ponerse de acuerdo y, entre todos, olvidarse de lo suyo y vayan a lo nuestro.
Lo contaban como anécdota. El hombre había metido el
cuello al máximo. Ayudó al trepa de turno a llegar a donde el trepa aspiraba.
El hombre se contentaba con obtener solo algo de lo que le habían prometido.
Las dádivas corrían; las suyas, no llegaban. Él, en su ingenuidad, preguntada
cada noche a don Paco cuando don Paco regresaba del casino. “Y, de lo mío,
¿qué?”
El problema de España es si Rita Maestre tiene que
dimitir porque enseñó las tetas en la capilla de la Complutense, el niño de la
Bescansa o si el Barcelona ha tocado fondo; si Messi tiene algo muscular o de
poca vergüenza; si el señorito Julián sigue penando en la cárcel o de la boda
gitana de la Línea… y así, hasta donde quieran.
Y, de lo nuestro, de las gente joven quemada y sin
ilusión, de los parados que no encuentran un boquete, de los salarios de
miseria, de la gente que duerme en la calle - de refugiados y esa gente no
hablamos, esos no son nuestros – de los viejos solos, de… ¿qué?
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