La marisma está esplendida en primavera. La marisma
se recorta en la lejanía por unas montañas que se intuyen más que se ven. El
cielo está limpio. Toda la planicie flota sobre una capa de plata; el agua
está ahí quieta y sosegada.
Arrozales, cañaverales, castañuelas y canales hacen un
entramado imposible y el agua – o sea, la vida – está ahí y da cobijo a las
aves que van y vienen, cada primavera, para cumplir el ciclo que manda la
naturaleza.
“Para los barcos de vela, Sevilla tiene un camino…”
lo escribió Federico. Lo acuñó para que nadie lo olvide y fuese un recuerdo
permanente cuando él ya no estuviera, como también dejo dicho que “por el agua
de Granada solo reman los suspiros”.
Otro poeta excelso, Juan Gaitán, acaba de publicar
en su “Poema del lunes” que la luz se tiñe de azul bemol en alguna parte de
otro abril, y que el tiempo teje el
olvido con delicadas hebras de agua… ¡Qué bonito, por Dios, qué bonito!, y que solo – eso no lo dice Juan, lo agrego yo
– hay que entornar los ojos para seguir soñando.
Y de pronto sin saber ni cómo ni porque Pilar cuelga
una foto. Un barco cruza por el río. Me asaltan un montón de dudas y preguntas.
¿Irán cargados esos barcos en sus bodegas con mercancías de lugares lejanos?
Sí. ¿Llevarán, también, consigo palabras tan bonitas como libertad, paz, amor,
Dios…?
La copla ponía en labios del preso otras dudas;
otras preguntas. No sabía si aquel barquito que cruzaba la bahía iba para
Cartagena o para Almería. ¡Qué más da si la paloma tiene las alas recortadas y
no puede volar!
Navega el barco majestuoso, despacio. Pavoneado en
sí mismo. Lo ven pasar Coria y La Puebla y toda la marisma siente envidia de
tanta belleza. Eucaliptos, chopos, alisos, álamos blancos sacan un pañuelo
desde la orilla. Le dicen que no hay nadie que remate mejor con una media
verónica como Morante…
Y, le susurran y le cantan al oído y le dice un
¡hasta luego!
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