¿Cuántas
vueltas dará el viento buscando la calle de en medio? ¿Cuántas dudas encerradas
para quedarse quieto y acurrucarse en la esquina y mirar, a ambos
lados, y esperar que pase el tiempo? ¿Cuántas preguntas sin respuesta?
Está
revuelto el tiempo. Nubes que se
columbran y pasan y cruzan y buscan otros cielos y el viento que en la esquina
espera y espera… No hay nadie en la calle. Todo es silencio. Aguarda; no ha
llegado, todavía, su tiempo.
Pasó una
muchacha morena y un hombre de paso incierto, y una mujer mayor, y unos niños
que iban ¿adónde iban esos niños a esas horas por las calles del pueblo? Los
niños iban a alguna parte. Los niños siempre se las andan por otros derroteros.
“Desperté de
ser niño – escribió Miguel Hernández – nunca despiertes…” Era una nana, ‘La
Nana de la Cebolla’ de un poeta que fue cabrero y luego…¿Luego? ¡Ay, Dios mío
lo que vino luego y después de luego…!
La
faenera - mujer de otro tiempo – oferta
un presente; unos geranios florecidos; unas macetas; un pedestal de elevación,
un homenaje al trabajo de cada día, a mañanas de frío en el Llano de la
Estación, liando en papelitos de seda, el zumo contenido en unos frutos para
deleite de otras tierras.
Al fondo, el
campo. No es un campo abierto, lo cierran los cerros. ‘Cantarranas’ - ¿porqué
habrá calles con ese nombre en tantos
pueblos? – Lo pregunto; nadie me da razón. ‘Algarrobo’ baja y baja; las dos
confluyen en el mismo cielo. Montes recortados; el azul, derramado en el cielo.
Una pared
ahíta de flores; un balcón en silencio, callado, sin resuello; sin niña detrás
de la reja, sin un misterio al otro lado de un
muro de silencio. Está ahí, donde siempre, como siempre, solo que ahora
es un gozo a golpe de vista y lo que era una pared de cal blanca, ahora es poesía y color y belleza;
encantamiento y ensueño…
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