Calle Larios se viste de primavera y alfombra roja;
de muchachas guapas que no son artistas de cine pero que podrían serlo; de
brisa que sube del puerto y viene cargada de sal y suspiros de sirena que se
quedaron en alta mar para ver cómo pasan los barcos y los veleros y los
cruceros que vienen… ¿de dónde vienen los cruceros?
Por Moreno Monroy se asoma la torre de la catedral.
Asiste, desde su lugar de privelegio, a bullir de la vida diaria. Ve cómo se
lucen las procesiones y la gente que va y viene; contempla muda los reecuentros
de los que se vieron hace no más que un par de tardes pero, parece que no se sabe – por a efusividad –
cuándo fue la última vez que se vieron.
Calle Larios, toma nota, también, de la poca
duración de los comercios “trimesinos”.
¿Y eso? Sí hombre, el primer mes con la ilusión del que comienza; el segundo,
el choque con la realidad; el tercero…¡ ay, el tercero! Echan las persianas.
Son más fuertes los costes.
La calle ha visto, también, como cerraron otros
comercios emblemáticos. La ferretería Temboury; el Banco Central que a
diferencia de lo cantaba Sabina, pasó de sucursal a multinacional de ropa o la
Cosmopolita, donde dicen que se sentaba, cada mañana, el perote. Pedía un café
y, sobre la mesa, ponía un cartelito: ‘ni compro lotería ni me limpio los
zapatos…”
El marqués sigue allí en su sitio. No está entre el
Puente y la Alameda y no es por llevarle la contraria a María Dolores Pradera.
No, no. Está entre el Parque y la Alameda. Mario Benlliure lo escupió en bronce
y como hombre respetuoso (en aquel entonces, los hombres llevaban sombrero), se
ha descubierto, lo porta en su mano la chistera y saluda a los transeúntes.
¡Qué cortés es usted, señor marqués!
La tarde se ha echado sobre sus hombros un
mantocillo gris perla. De poniente han llegado algunas nubes bajas. La última
punta de luz del lubricán se alarga por la Sierra de Mijas y calle Larios sigue
de alfombra roja y primavera.
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