Llaman a la primavera con gritos y desde lejos. Lo
piden; lo desean; lo proclaman a los cuatro vientos. (Por cierto vaya
temporadilla de vientos racheados y continuos que hemos llevado). Los rosales están llenos de
brotes tiernos; son brotes nuevos.
Dicen que a Rilke lo manó la espina infestada de un
rosal. Rilke amaba Ronda, el Tajo, y la belleza de la Serranía recortada en el
horizonte de su cielo casi siempre azul…y, las rosas. Rilke tuvo una ósmosis
con Ronda como la tuvo Orson Wells o Antonio Ordóñez.
“Te veo, rosa, libro entreabierto, que contiene
tantas páginas…” Rainer María Rilke era un hombre pobre y solitario. Los que
estudiaron su obra afirman que en su vida reinaron dos amores: la mujer y la
rosa. ¿Cuál fue la imperante?
Hay rosas rojas, amarillas, blancas, púrpuras,
anaranjadas; hay rosas de pasión y pureza; hay rosas aterciopeladas y rosas de
sutil delicadeza como el amor que empieza al caer la tarde en cualquier esquina
porque el amor tiene cosas así.
Los que saben les atribuyen mensajes unidos a sus
colores: la rosa roja es pasión, excitación; la blanca pureza e inocencia,
limpieza de mente, felicidad que va a perdurar en el tiempo; lilas, seducción,
deseo; amarillas, satisfacción y alegría; la naranja éxito y prosperidad; azules, armonía, afecto…
Hay otras rosas. Tienen otro color, el color de eso
que conocemos por vida. La mano del que lo puede todo hoy, con la luz de mañana, decidió
trasplantar una - se llama
Encarni - a la rosaleda única, de su
cielo. Era sonrisa, era vida y alegría…
Los rosales se han vestido de brotes nuevos. Ya
apunta a primavera. Los arriates de los parques muestran cómo aflora la vida
que llevan dentro. Han pasado el invierno, sufrieron la poda y las hojas
tiernas anuncian que dentro de unos días serán todo belleza.
Pedro – Pedro J. Macías – ha captado algo de esto
que les digo. Es un tronco retorcido; está plagado de espinas; sus hojas nueva anuncian
la eclosión de la vida que llevan corriendo a manera de savia por sus adentros.
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