Dicen que ha llegado de madrugada. Todavía no había aparecido el
lubricán de la mañana. Andaban de recogida las estrellas más rezagueras y ella
ha tomado posesión de lo que es suyo. El sol no entiende y dice que ya ha
cruzado su equinoccio… y, esas cosas.
Lleva el campo unos días un tanto despistadillo. Se
han vestido antes de temporada los almendros; los ciruelos, perales y manzanos
eran una sinfonía de mariposas blancas posadas en sus ramas. Los membrillos,
¡ay, madre, cómo estaban los membrillos del borde de la alberca…!
No ha llovido a lo largo del invierno. No ha llovido
ni mucho ni poco. Simplemente no ha llovido. Se han espigado antes de tiempo
los trigos y las cebadas en Virote y en la lomas de El Chopo. El campo ha
tomado un color que no es el suyo. Vamos el color que debería tener y se ha
echado un mantocillo pajizo.
Los que saben pronostican unos días duros para las
personas alérgicas. Ya saben, que si el polen de las gramíneas, el no sé qué de
los plátanos orientales; las acacias han llenado sus varetas desnudas de hojas
nuevas y la trama de los olivos lucha por salir, a pesar, de tener tan en
contra el tiempo.
Entran unos días de nubes de tormentas, de aires
revueltos en las sierras, de florecillas en los bordes de los caminos y
margaritas y amapolas entre los trigos y pájaros en las riberas del río. Entra
un tiempo en el que dicen que solo es placentero en la mente de los poetas.
Echo mano San Juan de Cruz y vamos a saber, un año
más, que por aquí “mil gracias
derramando / pasó por estos sotos con presura / y yéndolos mirando con solo su
figura / vestidos los dejó de su hermosura…”
y a Bécquer que nos sigue diciendo que “mientras haya en el mundo
primavera, ¡habrá poesía!
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