Según
contaba Juanito Rivas los mochuelos se reunían todas las noches. El mochuelo
jefe que era el mochuelo más viejo repartía las faenas. Los mochuelos eran
aplicados, serios y muy obedientes. Los mochuelos siempre se esmeraban en hacer
lo mejor que sabían todas sus labores.
Todos los
mochuelos tenían los ojos redondos. Muy redondos. Cuando prestaban atención
entonces los ojos se abrían más de la cuenta
y parecían que eran más grandes. Todas las noches los mochuelos llegaban
a su asamblea, perfectamente maqueados, las plumas limpias y las garras de las
patas afiladas.
El pueblo se
hacía grande por días. En La Molina el alcalde – bueno, un alcalde – había
hecho un polígono industrial. Allí había muchos camiones durante el día. Cargaban
mercancías que llevaban a unos lugares lejanos. ¿Habría en los sitios a dónde
iban los camiones mochuelos y celebrarían asambleas al atardecer?
Unos hombres
muy importantes que vivían en un pueblo muy grande, muy grande y que estaba muy
lejos habían decidido construir una vía nueva. Por allí pasaban unos trenes muy
rápidos. Iban tan rápidos que los mochuelos sentían miedo de acercarse a sus
catenarias; nunca se posaban en ella.
Aquel año
como había llovido muy poco los trigos estaban muy endebles. Los topos casi no
tenían comida. Nohabía ratillas en el arroyo, ni gazapillos, ni lebratos, ni otros bichejos que eran la base de la
alimentación de los mochuelos.
El mochuelo
jefe comenzó a repartir las faenas como todas las noches. Y, así fue
repartiendo tareas: “Tú, le dijo a uno, te vas como para la parte del Baece;
luego, te pasas por el Hoyo del Olivo y cuando apunte el día que te coja ya en
La Miguela”. “Tu, le mandó a otro, te subes por la cañada del Vado del Álamo,
te das un vuelta por El Chopo y remata en Virote…”
Los Lagares,
los Lantiscares, las Lomas, el arroyo de Valsequillo, la Haza Llana…por la
parte del río allá; por la del río acá, asignó tareas como para la parte del
Sabinal, la Dehesa de Flores, los Aneales…
Uno, un
mochuelo nuevecillo y despistado – lo contaba Juanito Rivas – miraba y miraba.
El mochuelo viejo vio el percal que tenía frente a sí y sin pensarlo dos veces:
-“Tú, al
algarrobo del Cebollino…”
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