El campo se vistió con ropa de tarde que apunta a
primavera. La brisa, suave, peinaba los trigos; le puso dos verdes: olivos y
pegujales. En las lindes cardos frondosos. Por mayo serán pompones morados
ahítos de semillas, alimento de jilgueros; jaramagos, amapolas.
Pasaban las nubes, lejanas; dibujaban sombras que no
se quedaban quietas. Encinas al borde la carretera; viñas con esqueleto
aventando el tiempo y olivos, y más olivos y olivos…
Por el suelo restos de ramón; en la lejanía columnas de humo acuden a la
cita con los ángeles. Es un humo blanco, denso, espeso, como trozo de Vía
Láctea que sube de la tierra al cielo.
Vidueños de trocos bíblicos, parientes lejanos de
los olivos de Getsemaní. Arbequinos traídos de otros sitios, despojado de
cosecha; Troncos lisos; grises, redondos, suaves como el terciopelo.
Campos de lechines; árboles de sufrimiento como el
cante de la fragua; como una soleá
desgarrada y ronca. Olivos de troncos recios, robustos, lamentos. Hechos a
soles y fríos; al capricho de los hielos, al estío de chicharras que aguantan
hasta que dan la mano a las estrellas.
Marteños abiertos, redondos. Sinfonía del campo
entre las cuerdas del viento. Hacen propio el poema del Maestro Alcántara: “Con
el campo entre dos luces se puso a soñar un día…” Atemperados, agarrados al
suelo con los portes abiertos, con los pies firmes, tolerantes, vigorosos…
Olivos señoriales de hojas anchas; frutos pequeños.
Aceite amarillento y verdoso; picante y amargo como un amor primero. Amago de
verónica que se queda en el suspiro de la
media; gaonera arrepentida
en un revuelo de capa. Únicos y
especiales, como es su nombre: pico-limón.
Delicados como quinceña camino de la feria; sauces
llorones de una Babilonia más cercana. Pongamos que hablamos de los
gordalillos. Pongamos aceite de verde pistacho, pongamos pan de horno. Olivos de necesidad temprana cuando el otoño
apunta a sementeras. Vocación de andar de los labios a la boca por sabor, por
aroma, por envero….
Ya han llegado los flamencos a laguna de Fuente de Piedra; entre la cal blanca aguarda el pueblo; pasan los
trenes de Alta Velocidad - y, los otros - por su suelo. Y un ejército de olivos
presenta armas y saludan al paso del
viajero.
Estas últimas aguas le han sentado muy bien al campo Pepe. Los que no tienen nada que hacer, son los flamencos de la laguna de Fuente Piedra. Hace ya años, que no es ni sombra de lo que fue y la de “La Raposa” - a cinco kilómetros de Alameda - está seca como un erial. Los flamencos están como de “de veraneo” pero ya no no crían en ella, sino que los polluelos, son traídos de criaderos y les ponen la comida, hasta que llega el día del “anillamiento”. Con el cambio del clima y la falta de agua, todo es falso amigo. El día que me lo contaron, me dieron ganas de llorar...
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