Ya se
habían recogido las palomas de Picasso en las palmeras del parque; las gaviotas en los roquedos de la Cala del
Moral. Ya habían buscado cobijo las golondrinas en los aleros de la torre de la
catedral. Ya había sonado, lejos, muy lejos, en la Bahía el último toque de
sirena del ‘melillero’ que se despedía del rebufo de olas en la playa.
De la mar
cercana subía la brisa. Y, de pronto, la brisa se heló. Por las comisuras de
los labios del viento corrió un hilo salado y caliente como siempre corre la
sangre cuando por dentro van el dolor que sembró el odio.
Era… el
final de un partido de fútbol. Navajas en la oscuridad de la noche. Puñaladas
certeras. A esa parte del cuerpo donde dicen que nace el amor, es decir al
corazón. El destino, ¡miren por dónde! quiere que la cuchilla afilada y limpia
se quede a un centímetro. Qué grande es un centímetro algunas veces.
Ustedes
ya tendrán información. Un partido tan trascendente, con tanto en juego, tan
fuera de lo común como un ascenso en la Tercera….andaluza. ¡Ya te jode! Y,
encima el ganador, con la cobardía propia de la gente de esa calaña, en equipo
con otros, ataca al adversario de esa manera.
Entre los
agredidos está su segundo entrenador que intentó mediar en la reyerta. Vamos.
Esto no tiene nombre. La Policía los
busca. Uno se ha entregado al medios día; dice la radio que tiene veinte años;
el otro está huido. Valiente, él ha puesto tierra de por medio y andará
regodeándose en la hazaña si no es que está corroído por dentro cuando piense -
¿esta gente pensará? – lo que han hecho.
Cuando
escribo estas líneas vienen noticias de los atentados de Bruselas. Demencial.
El diccionario se queda sin palabras. Está claro que hemos perdido el norte.
Bueno, los otros puntos cardinales, también. Algo, o muchos ‘algo’ estamos
haciendo mal, demasiado mal para recoger esta cosecha. Demencial.
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