Los niños del pueblo carecíamos de casi todo. Los niños de
la ciudad, también. A nosotros nos
parecían unos niños privilegiados porque tenían unas Navidades con muchas
casetas en la Plaza de La Constitución que,
entonces no se llamaba así, pero que
nadie la nombraba por José Antonio que era como le había puesto.
En Semana Santa, en la ciudad, salían muchas procesiones y
cuando llegaba el verano, por agosto, había una feria muy importante. Los
mayores la llamaban “los festejos” y, además tenían el mar, y los barcos en el
puerto, y unos pájaros grandes, gaviotas.
Los niños del pueblo cuando llegaba la Navidad. Bueno, antes
muchos antes, montábamos un Nacimiento. Íbamos por pitas al Quebraero, por
musgo a la jerriza, por gandinga al
túnel de la estación y por tomillo y romero al Hachuelo.
Cuando entraba la Cuaresma, desde El Pecho de la Torres, en
esas tardes que apuntaban a primavera, las trompetas del ‘Corucho’ y del ‘Perdío’
convocaban a un ‘aquelarre’ de los sentidos.
Esas llamadas de
chirimía anunciaban que en casa de María – allí, cabíamos todos los niños del
pueblo; en otras, no – teníamos ya la túnica y María dándole a la aguja para que
ningún niño se quedase sin su ropa de nazareno.
Los niños éramos ‘bipartisdistas’ – como ahora, pero con más
sentido común – y todos éramos o de Jesús o de Dolores. O de túnicas moradas y
cíngulos dorados; o de túnica negra y cíngulo blanco. El cirio…No sé hasta
dónde aguantaba el cirio en la procesión.
Jueves Santo. De los niños de ayer… ¡ay, los niños de ayer! Algunos nos veremos y
nos daremos un abrazo. En éste faltará Rogelio que anda pachucho; sí vendrán
Ignacio Mariscal, y el Pillo Lobato, y Juanito Vázquez, y Juanillo Mérida y…
¿Otros? Otros estarán
asomados a las ventanas del cielo y con esa visión privilegiada que dan esos
balcones nos mandarán mensajes cuando la luna de Nisan alumbre al Nazareno que
viene por el Albaicín nuestro, o sea por el Barranco, al encuentro con su
pueblo y luego, Ella por la puerta grande que se queda pequeña y…
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