Tuvo
tantos nombres como pretendientes una quinceña de las de antes. De todos, uno.
Recuerda gracia madrileña y desdicha en España: Avenida del “quince y medio”. O
sea, el calibre de los proyectiles que levantaron, más de una vez, su suelo.
Dos Españas; una sola tragedia.
Arranca
en la calle de Alcalá; termina en la Plaza de España. Nació como descongestión
de un Madrid pueblerino y lúgubre. Se aspiraba a una gran arteria homologable
con las grandes ciudades de Europa.
Nunca
duerme; nunca descansa. A cualquier hora, su público. Gente que va a alguna
parte; gente que no va a ninguna parte. Cines - ya menos - restaurantes,
tiendas de lujo y tiendas del pueblo. Conservo un paraguas comprado en el Sepu.
El tiempo dice que han pasado casi veinte años. Era San Isidro; llovía como llueve en Madrid por una mayo una tarde tormenta.
Quiso
y no pudo ser el Broadway madrileño. Los cines tenían cartel y público; de
Chicote, -“un agasajo postinero”- la
leyenda: “No conoces Madrid, si no has estado en Chicote”; y la letra del chotis
universal de Agustín Lara: “… y alfombrarte con claveles la Gran Vía / y
bañarte con vinillo de Jerez (…)”
En
el hotel Florida, en Callao, Hemingway corresponsal de guerra tenía una
habitación surtida de reservas de comida, güisqui y ginebra; después, un asiduo de Chicote. En el ático de
Espasa-Calpe, don José Ortega y Gasset dirigió El Sol y la Revista de
Occidente.
El
edificio de la Telefónica aún conserva el escudo de la República en su cúspide.
Esa se le fue al Régimen ¡con tanto como censuró! , y la Cadena SER, apertura
en una España que despertaba. ¿Se acuerdan de Hora 25?
Prosaica
la vida de “las sedientas” en los tiempos de posguerra. Dramática, la de
rumanas y nigerianas de ahora. Un paseo por la Calle de la Montera, por la
calle Valverde; las dos llevan a la Gran Vía...
Visita,
al ladito mismo, al Oratorio de Caballero de Gracia. Chinos; gentes de medio
mundo, y parte del otro; hamburguesas; bocadillos y joyas carísimas; zapatos,
ropa; relojes y libros. ¡Ay, esa Casa del Libro!
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