Era casi al anochecer. Bajaba con unos amigos por la
calle Atrás. Íbamos camino de la Plaza Baja de la Despedía. Acompañábamos a
unos familiares que han venido de Argentina hurgando en el recuerdo de las
raíces de los antepasados.
Nos sobrevoló una golondrina. Salió del nido que
hace bajo el balcón de la casa. Las golondrinas acarrean barro y más barro y
construyen una bolsa que dejan a media altura. Luego, los golondrinos tienen un
balcón de privilegio para ver, mejor, desde la altura.
Es la casa de Miguel. Miguel era ‘moreno de verde
luna’ y trabajaba en la fragua. Miguel era un hombre de brazos robustos,
recios, fuertes; palabras precisas y justas y una sabiduría innata que solo
tienen los gitanos que trabajan la forja.
Frente a la casa de Miguel se vino a vivir un
francés. El hombre era exiliado del régimen de Vichy en la Francia nazi
ocupada. Obviamente, seguidor de Pétain; buscaba aquí el refugio y el amparo propicio.
Era de carácter bronco, soberbio y apabullante.
Tenía una perilla blanca y estaba sobrepasado de peso. Cuando los niños
pasábamos por la calle, para la escuela, el nos golpeaba con un bastón porque
decía que los niños dábamos muchas voces. Un cromo. ¿Por qué se lo permitían? Doctores tiene la Iglesia.
Un día el dichoso francés quiso más ‘expansión’.
Chocó con Miguel (y eso que estaba la calle por medio). Miguel no quería
complicaciones; Miguel sabía que de ese elemento cuanto más lejos, mejor.
Miguel tuvo unas palabras sentenciosas:
-
“Mesié, hágase usté pá llá, vayamos a
tener un dos de mayo en chiquito”.
Ahora, las golondrinas han hecho un nido bajo el
balcón de la casa de Miguel; en la calle Atrás, frente a la casa del francés.
Dice el refrán que “una golondrina no hace primavera”. Entre los niños corría
la creencia: las golondrinas le quitaron las espinas a la corona del Señor.
Es bonito que las golondrinas hayan buscado cobijo
bajo el balcón de un hombre de color ‘moreno de verde luna’ que hace
mucho tiempo que se nos fue….
Cuanto veíamos llegar las golondrinas, sabíamos que las vacaciones estaban cerca. Mi madre, nos había explicado lo que cuentas de las “espinas de la corona de Cristo” y, naturalmente, nosotros reverenciamos sus nidos. Una pareja, anidaba cada año en el “tinao” de las vacas, que desde ese día, no volvía a cerrar sus puertas. Un año, vino solo una, pero hizo también el nido como siempre y, como si tuviese polluelos, iba y venia sin cesar. Esto lo repitió varios años, hasta que - por fin – un día, vino con otra pareja... Siempre pensamos, que eran mejor que las personas Pepe.
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