miércoles, 16 de marzo de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. El Barranco

Preciosa foto; hermoso mensaje. Luz y color. Belleza y arte de la mano; sentimientos a flor de piel: añoranzas; vida que espera otra vida. Felipe - Felipe Aranda - lo ve desde la lejanía. Lo capta y lo acerca a pedir de mano y lo pone tan próximo, tan al alcance que a uno le brota solos, los deseos.

Y, ¿tú te imaginas, amigo Felipe, cuando este barrio esté recuperado plenamente, con sus casas blancas, flores en las fachadas, limpieza en las calles, negocios  - pequeños negocios - donde las personas puedan vivir de sus trabajos?

Y, ¿tú te imaginas que otras gentes, como tú lo haces ahora, se lleven en sus cámaras tanta belleza y, luego, en sitios muy lejanos, quizá una tarde de viento detrás de las ventanas,  recuerden que un día estuvieron por un albaicín, pequeño y recoleto y blanco, junto a un castillo con mucha historia en sus muros?

El Barranco se chorrea como un reguero de leche escapado de la Vía Láctea. Está al pie del castillo de Las Torres. Allí nació lo que luego, andando el tiempo, sería el pueblo. De allí, creció. Y formó parte de un pasado duro, a veces, en demasía. El pan de cada día estuvo difícil, muy difícil.

Sus calles son estrechas. Empinadas, como lo pide el nombre. Entre sus paredes, de lado a lado, según qué horas, juegan las sombras o reverbera la cal en las horas tórridas del verano.

Por una de sus laderas se abre el precipicio. Abajo, el arroyo Hondo. Los papeles viejos  dicen que ahí hubo ¡hasta tres! alfares ibéricos y la gente llevó su cerámica a las orillas del río que no se ve pero que se sabe, un poco más allá, cercano.


Yo sueño que algún día ese barrio volverá a ser lo que fue en otro tiempo, uno de los lugares más bellos y hermosos de Álora. Del esfuerzo de todos depende. Para los sueños nunca hay límites

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