jueves, 3 de septiembre de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Solo

Sonaba una armónica. Sonaba la música que alguien tocaba. Era una armónica con notas metálicas e inconfundibles. La calle estaba desierta; el poblado, también. Nadie. El polvo que, de vez en cuando levantaba el viento, era la única compañía. El miedo había encerrado a todo el mundo en sus casas…

Gary Cooper avanzaba. Era un hombre solo. Era un hombre solo ante el peligro, ante el mundo. ¿Ante sí mismo? Probablemente, también, pero él lo superaba. El peligro que daba título a la gran, grandísima obra de Fred Zinneman, quizá – y sin quizá – una de las más excelsas películas rodadas sobre el Oeste americano estaba allí, escondido, esperando…

La vida está llena de circunstancias que no tiene explicación. Cobardía,  egoísmo, venganza sórdida. La gente vuelve la espalda. Nos deja solos. La estrella de sheriff no sirve de nada. El trabajo bien hecho, impecable, tampoco. Hay que cruzar la calle. Hay que llegar hasta donde sabemos que alguien, que no es bueno, nos está acechando.

Paso firme, vista al frente; ojo que mira a los lados porque en cualquier balconada, oculto y agazapado puede estar el francotirador que dará, siempre, porque esa gente no falla nunca, en el lugar donde más duele. Su tiro es certero…

Cae la noche. Hace un rato que dejaron de cantar los pájaros. Unas imágenes horribles han corrido… El niño, nuestro niño - ¿de quién era ese niño? – también esta solo ¡Qué horror! ¡Cuánto horror!
A veces nos preguntamos dónde puede estar nuestra casa. Se me vienen muchas cosas a la cabeza. 

Uno, a veces, se pone un poco raro. Pienso en Gary Cooper que estará – porque dicen que era un hombre bueno – donde se llevan a los hombres buenos. ¿Adónde habrán llevado a ese niño? que, ese sí, que era bueno de verdad.


Pienso en otros hombres solos por ahí perdidos entre el polvo de las calles. Rodeados de gente en la soledad del poblado. Caminan con su paso. Detrás llevan, aunque ellos no la escuchen la música de otra armónica…

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