martes, 15 de septiembre de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Ciclogénesis

Tiene un nombre raro. Es un nombre feo. Cuesta hincarle el diente  a primera lectura. Ciclo…¿qué?: ciclogénesis. ¡Ah! No es una palabra del vocabulario de andar por la tienda del barrio. Tampoco es muy corriente que camine entre los cafés humeantes del mostrador de amanecida de cuando mi amigo Mateo tenía el bar…

Dicen los que saben que ha entrado por Galicia. O sea que viene del Atlántico. Está cargada de agua – porque es una borrasca de las grandes- y de aires con mala leche. Vientos de esos que arrancan árboles, se llevan las antenas de los tejados, arrancan las persianas de los balcones.

Parece como si una confabulación de meigas si hubiesen dado cita en las costas gallegas. Las meigas del mar; las de tierra adentro, es decir, las viven en los montes; las de los bosques y las de las orillas de los ríos… Como si en un patio de vecinas, de las de antes, se hubiese desencadenado una pelea a la que no entraban ni los guardias.

El campo necesita agua pero agua de la buena; de la que arrasa, no. De esa la menos posible. En unos días barrerá toda España. Más por el norte que por el sur. Los informes de los técnicos en meteorología hablan de ‘cambios’ de tiempo por los cielos.

 Han aparecido nubes. Desde el suelo tienen pinta de cirros. Los viejos hablaban de “borreguitos en el cielo, agua en el suelo”. Los viejos no sabían de algunas ciencias modernas pero sabían mucho de experiencia que se acumula con los días y con los años. A eso le llamamos vida.

Santiago Bartolomé ha colgado unas fotos  preciosas de los cielos sorianos. Son de la zona de Valdelubiel, en las tierras del Burgo de Osma. En Madrid,  anunciaban agua de media tarde arriba; llovió.


Se han puesto a cubierto los pájaros. Los plátanos del parque bamboleaban sus ramas más altas. Entre ellas se cruzaban mensajes.  A medida que corría la noticia había un alboroto de hojas. La naturaleza se prepara para algo que puede ser sonado…

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