El autobús entonces no se llamaba ‘autobús’. Era el
coche de Rivero. Tenía dos finales de
trayecto: la Fuentarriba y el Llano de la Estación. Bajaba y subía a los
usuarios del tren. Era destartalado y viejo; hecho a retazos. No cerraban las
ventanillas ni la puerta. El volante era grande; a la derecha tenía, sobre el
motor, la palanca de cambio y una bocina.
Bajaba por la mañana, muy temprano, al mixto que
venía de Ronda y Antequera. Luego, al correo de Málaga. El tren traía y llevaba
las cartas. A media tarde, al correo que venía de Madrid; al cortillo y, casi
de noche, al mixto de Málaga. Si la cosa venía bien al tren de ‘las once’.
Pepe Rivero era el conductor. Pepe era un hombre erguido,
bajito, rechoncho, con un gran diámetro de cintura y amable con los viajeros.
El coche tenía, también, un cobrador. El cobrador portaba, en bandolera, una
cartera de cuero. Daba los billetes y anunciaba a Pepe dónde debía hacer la
parada oportuna.
Si el coche venía lleno daba la vuelta por la Fuente
de la Manía, si no, subía por el Camino Nuevo.
En el coche de Rivero había viajeros VIPs. No
pagaban el Juez, el Notario y el Alcalde (el Registrador de la Propiedad no
acostumbraba a viajar en aquel medio); los curas; la Guardia Civil, ni las
mujeres ni los niños de los guardias; no pagaban algunos empleados – todavía no
se llamaban funcionarios – del Ayuntamiento…
Allí no pagaba ni Dios. Era un enigma que aquel negocio sobreviviera. El viejo coche de
Rivero era una institución como lo era su conductor. Entre los muchachos se
decía que a Pepe le vendaban los ojos y hacía el trayecto sin inmutarse…
Cambiaron los tiempos; Pepe se jubiló. Se renovó la
flota y el paisanaje. Un día la gente supo que el billete había que pagarlo.
Cosas que pasan. El coche de Rivero fue el heredero de las Diligencias, tiradas
por mulas, que acercaban a los usuarios desde el tren a los baños de
Carratraca…
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