El paso del tiempo ha cambiado muchas cosas. El
barrio, Chamberi, hoy tiene más de
literatura y recuerdo en la voz de Nati Mistral que embrujo. Barrio emblemático;
residencia de aristócratas. Mucho del Madrid de ayer. Historia a pedir de mano en
sus calles, en sus monumentos, en su presencia diaria.
En él
vivieron toreros – Domingo Ortega o Marcial Lalanda – hombres de la nobleza;
poetas de la talla de Miguel Hernández - en la calle Vallehermoso, en la linde
con Cuatro Caminos - , cuando escribió ‘El rayo que no cesa’- o un embajador
‘alemán que nació en el barrio’: Guido Brunner.
Este hombre acuñó un vocablo al que todavía no le ha
dado definición el Diccionario – ese que el maestro Barbeito, y yo lo sigo a
pie juntillas - pedimos como libro de texto único y universal en todas las
escuelas. A lo que iba. El vocablo es “convoluto”. Tiene mucho que ver con eso
tan de moda en los tiempos actuales: corrupción. Pero, eso para otro día.
El barrio goza de las sombras de los plátanos ahora
que el verano apunta a final. Se siente la brisa de la mañana en la cara. Han
reciclado monumentos; los han adaptado a los tiempos. En el palacio de los
marqueses de Bermejillos despacha el Defensor del Pueblo; en el de Maura, Cruz
Roja; en el de Maudes, la Consejería de Transportes…
Plazas con encanto: la propia de Chamberi con recuerdo
y homenaje a la actriz Loreto Prado en
obra de Benlliure o en la de Olavide con sabor parisino; iglesias de raigambre en
Eduardo Dato, con San Fermín de los Navarros o la Milagrosa cuna de la
fundación del Opus Dei.
La gente menuda juega con la tierra del parque. No
hay que remontarse a Darwin para saber que sí, que es verdad, que nosotros
descendemos del mono y el mono del árbol y los niños… de los artilugios que ha
puesto el ayuntamiento. Pasa la mañana…
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Abuelo ¿nos vamos?
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Vale. ¿Adónde quieres que vayamos?
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A comprar pegatinas de Mickey…
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