martes, 8 de septiembre de 2015

Una hojas suelta del cuaderno de bitácora. Madrid

Madrid, al medio día, estaba de celeste y sol. La Naturaleza le abrió paso al tren. Cruzó raudo por los campos. Olivares, a la luz de la mañana, naranjales nuevos en las terrazas del Guadalquivir.

El río iba camino de la mar grande. Llevaba versos de sueños de califas. Más abajo, en Sevilla, recogerá poemas de amor de Al-Mutamid pero esos no se ven desde el tren. La Sierra ahora no tiene la jara en flor; la dehesa  está agostada. ”Qué bien los nombres ponía / quien le puso Sierra Morena a esta Serranía” Lo escribió don Antonio y si él lo dijo…

Llanuras solitarias; viñedos a voleo; otros olivos. Sueños de un loco que quiso arreglar el mundo y la realidad, escudero. Tampoco desde el tren se ven los gigantes. Son cosas que pasan. Poca agua en los Ojos del Guadiana y ganado pastando en la Alcudia.

Entre la bruma, a la izquierda, se ve en la lejanía Toledo…; el Tajo marca el camino. El páramo está seco y espera, también, el agua que tiene que venir. Toledo llama, reclama… El tren sigue su marcha.

Atocha es un hervidero de gente. Van, vienen; llegan, salen. Los tableros electrónicos informan e informan. Maletas. Ruidos; trasiego. Las grandes estaciones están llenas de gente. Mucha gente solitaria.

La megafonía del Metro anuncia: “próxima estación, Atocha; atención estación en curva. Tengan cuidado de no introducir el pie entre el tren y el andén”. Sube un hombre. Toca un acordeón. Nadie le hace caso. Nadie habla.

El hombre lleva un blusón largo con grandes bolsillos en los laterales; camisa de cuadros… El hombre viste una ropa ajada. Tiene el pelo sucio. Termina la pieza y pasa un vaso solicitando una ayuda.

En Tirso de Molina sube una mujer que recita una petición... Unas chicas le dejan algo. Sigue el silencio. La gente no se comunica. Tiene la cabeza encerrada en los móviles; alguien lee; otros miran al infinito cercano de la oscuridad de enfrente.


En Ríos Rosas salgo a la calle. La ciudad está llena de luz. Los plátanos tiene aún las hojas del verano. Corre una brisa fresca. Dicen que cuando Josep Pla llegó a Nueva York y la vio ciudad iluminada preguntó: “y, ¿esto quién lo paga?”.  Madrid, Madrid , Madrid.

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