La mañana olía a pan caliente y a aire viciado. Las
panaderías comenzaban el amasijo a eso de la media noche; el caldeo, de
madrugada. Con las primeras luces del alba la gente se echaba a andar.
Necesitaba el pan para la talega.
Las panaderías - antes del progreso industrial - caldeaban
con aulagas, retamas y leña de monte. Los mulos, casi siempre una yunta, la tarde anterior venían con la carga de leña desde la sierra. Descargaban
en la puerta y la calle se impregnaba de otros olores. Era un adelanto a campo
que se venía hasta el pueblo.
Cada panadería tenía el nombre, cuando no el apodo,
del panadero que la regentaba: “El Bojo”
en la calle Cantarranas; “Jazmines”
en la Plaza Baja; “La Perrita” en el
Callejón; “Juanico Díaz” en la calle
Atrás; “Faroles” en la calle Juan
Naranjo; “Hortensia” en la calle
Negrillos; “Granao” en la Plaza de
Santa Ana…
El progreso y los
años se llevaron por delante a muchos de aquellos panaderos
emblemáticos. De la lista solo sobre vive uno. Los hermanos Díaz Becerra siguen
con el negocio en el Callejón… Vinieron otros. Técnicas, productos, nombres… Se
cumple lo de Juan Ramón: “el pueblo se hará nuevo cada año…”
Los niños voceaban molletes por la calle en las mañanas de invierno. Eran tiempos en que faltaba
de casi todo. El mollete era un pan de
levadura diferente; poca corteza y mucha
miga. El mollete era el pan ideal para el aceite o para la zurrapa que siempre
venía cuando aparecían los primeros fríos.
La industria y el progreso echó al olvido la
levadura recentada y el cedazo y la artesa y el amasijo a mano clavando los
puños en la masa. La harina ya viene refinada de la fábrica. La panadería no
huele a pan caliente al amanecer, y ahora, según que pan, por las tardes, casi
parece chicle y al día siguiente…
No hay comentarios:
Publicar un comentario