Me llegan noticias del pueblo. Me echaron de menos
en la procesión de la Virgen de Flores, - se agradece -, me preguntan por el
cuándo de la vuelta. Me piden que opine de algunas cosas y digo que no las he
visto, que no sé, que lo siento… Hay mucha gente que me quier; el sentimiento es de ida y vuelta..
Una amiga me envía unas fotos: están los granados
con las frutas exuberantes, pletóricas, y un texto: “he bajado a la huerta, los
naranjos preciosos, los olivos ni te digo, los granados ya los has visto, y
para colmo se escucha la chorrera del río; todos los sentidos alerta…”
Y yo, en la lejanía, cierro los ojos y veo esas
granadas sensuales, -“la graná de la
pimpollá; la naranja de la sobacá”- , cada una en su sitio, sin que sobre
ni falte nada, como esos ramilletes de
claveles que se pondrán en el pelo, el domingo, para la romería las niñas del
pueblo.
Como esas flores que irán en la carreta de andar
cansino y lento, con tantos recuerdos a pedir de mano. Claveles y jacas;
caballos tordos, castaños, cartujanos… Y una mujer con ojos negros; y el pelo
recogido y un suspiro en la garganta y la ilusión del romero.
Sé que a los olivos los ha venido Dios a bendecir y
la aceituna que ya no aguantaba más, que pedía el agua a gritos ha dado un
estirón, se han vestido de nuevo y están como si fueran de otra familia.
Y escucho en el silencio de la noche la chorrera del
río, y el aire que sopla algunas noches, aunque dicen los que saben que el
verano no se ha ido… El refranero les da la razón; los viejos, también.
Me refugio en San Juan de la Cruz y hago mío sus
versos: “mil gracias derramando, / pasó por estos sotos con presura, / y
yéndolos mirando, / con sola su figura / vestidos los dejó de su hermosura”.
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