Hace un rato grande que la madrugada se ha echado a la
calle. No pasan motos ruidosas; ni coches. No transita casi nadie. Se asoman
las estrellas… Ya se ha ido el camión de recogida; el bar de enfrente ha dejado
bajo llave las mesas y las sillas de la terraza.
Roberto Fernández cuelga en facebook:
-
“¿Sabías
que las calles de Álora son tan empinadas porque te llevan de camino al cielo?”
Y a mí se me ocurre contestarle:
-
O, porque cuando la gente del cielo quiere echar
un paseo, caer la tarde, se lo dan por Álora...
El otro día, en la Casa del Libro encontré algunas ‘cosillas’
de Josep Pla. La obra de Pla está casi descatalogada. Aprovecho la ocasión.
Compro lo que tienen. Ahora, en la tranquilidad del rincón, lo devoro.
Abro “Viaje en autobús” (Austral básico, pag. 87) Cuenta que
sigue el consejo de un antiguo maestro: “A Platón - les inculcó - hay que leerlo en el tranvía”. Y, dice que le
hizo caso. Y dice, también, que siempre que viaja se echa un libro al bolsillo.
Ahora, se las anda
por Cataluña. Lleva a Spinoza: “cuando viajando lo leo, el paisaje y el
contenido se me funden en la retina. En la obra, la presencia difusa de Dios es
permanente; en el paisaje veo también esa difusión…”
Spinoza y Pla nunca estuvieron en Álora. No gozaron del
azahar en primavera, ni de los trigos encañados en abril, ni de los rastrojos
con alondras al amanecer. No escucharon los cantos de los mirlos en los
cañaverales del río; no vieron los olivos arracimados ni cómo el sol se va,
cada tarde, por el Monte Redondo camino de América.
No supieron del embrujo y el encanto de sus noches. No
escucharon los pasos de los que regresan, de madrugada, cuando ya la gente se
ha recogido. A esas horas resuena los pasos por las calles estrechas. Algunas
veces viene la luna y se asoma… Con luz en penumbra, los pueblos – y éste más –
se envuelven en el misterio…
Y, me pregunto yo, ¿no será ese misterio la presencia difusa
de Dios…?
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