domingo, 27 de septiembre de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. San Sebastián

La habitación estaba, conforme se subía la escalera, a la derecha. La habitación tenía una puerta muy alta y lisa, pintada de gris verdoso; siempre estaba cerrada. Tenía una cerradura con llave y una manilla Era una habitación cuadrada, grande, de techos altos; las paredes, blancas Era una habitación espaciosa. En aquella habitación se guardaban muchas cosas.

En el testero de enfrente había dos trojes donde se almacenaba el trigo. El trigo lo subían los hombres, desde la era, en costales de lona y los vaciaban. Allí permanecía el grano hasta que, poco a poco, se sacaba, otra vez, en costales y se llevaba al molino.

En el testero de la izquierda había una ventana con reja y cristales. El quicio de  la ventana era de madera. Tenía la pintura descascarilla por el sol de la tarde. Parecía viejo y como quien lucha contra todo y contra los elementos. La ventana solo se abría cuando entraba alguna persona mayor para recoger alguna cosa.

En la habitación se guardaban, también, las cosas de la matanza: sobre las trojes los embutidos colgaban de unas cañas largas y gruesas. Eran unas cañas especiales para sostener el peso de  la chacina. Había también pilones y varias de orzas: con tocino salado, con el añejo, con chorizos en manteca, con morcilla… En otra orza, más pequeña, se guardaba el queso en aceite.
Había, a la derecha, debajo la puerta del palomar, un pilón grande y otros más pequeños. Se llenaban de aceite. El aceite del año se traía de la fábrica después de la molienda. Una tapadera de madera con un asa cubría las tinajas panzudas.

Había, también, otras orzas más pequeñas tapadas con un trapos y donde se guardaba la miel, la meloja, el arrope y la miera para las curas que hacía el cabrero… En la pared colgaban las cribas de la era, la pala para aventar el grano, un par de bieldos nuevos, varios rastrillos y una escoba de ramas.


La habitación tenía un olor especial. Era un olor que no tenía ninguna otra habitación de la casa. Era una sinfonía de olores; no se molestaban entre sí. La penumbra, la orientación y la frescura que tenía en verano la hacía única. Era la habitación de la casa con nombre propio. Se llamaba ‘San Sebastián’… 
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