jueves, 24 de julio de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. El infierno

                                              

El infierno era aquello tan temido desde la niñez. En el catecismo enseñaban que allí se ardía eternamente. Al infierno iban los niños que eran desobedientes, no hacían los mandados ni lo deberes de la escuela o se portaban mal.

Después, supimos que al infierno iban, también,  los que se dejaban llevar por los impulsos de la ‘biología’. Los que descubrían que había otras alternativas y seguían el nuevo camino abierto y los que cambiaban el paso, adrede,  para ir contra la corriente.

Naturalmente ninguno de los curas moralistas que nos formaban  había leído a Heidegger y como el filósofo de Friburgo pregonada, podían compartir: “el hombre es un ser-para-la-muerte y mientras se está vivo el cuerpo es el único dios verdadero”.

Todo tenía que ser ‘no’. Casi todo estaba prohibido. No se sabía quién atizaba aquellas llamas. Ardían y ardían, o sea, no se apagaban nunca y, al parecer, el diablo atizador debía tener la fuente de alimentación muy cercana. No había  tregua ni disminuía la producción.

Vendían el infierno con otras palabras menos irónicas y con más mala leche desde los púlpitos o desde la penumbra tenebrosa del confesionario. Era la sociedad de lo malo, de lo pecaminoso, del Dios fustigador… ¿Por qué nos educaron con tanto miedo?

A veces, hurgo en los papeles viejos. Aparecen mandas: “seiscientas misas para la salvación de mi alma, seiscientas para satisfacción de las penitencias mal cumplidas, dos arrobas de aceite para alumbrar a las ánimas del purgatorio… y que se venda el majuelo de viña que tengo en Majada Vieja para pagarlo todo…”
Me pregunto: si quedaban viuda e hijos ¿de qué comerían en el futuro? ¿Qué intereses alimentaban esos escrúpulos de conciencia en el difunto sin pensar en los menores o en la mujer desamparada que quedaba al albur de la caridad?

Estaba en el lecho de muerte. Llaman al cura que le  instaba al arrepentimiento de los pecados y al perdón hacia aquellos que le habían hecho de su vida un calvario.

-         -  “No perdono a ninguno”.

-Se va a condenar; va a ir al infierno…

-         - “Me haré cuenta que no me he mudado”.

- Una amiga a la que la vida tampoco le ha regalado nada ponía un comentario a un artículo de hace unos días:


-        -   “El infierno se vive aquí, qué horror”.

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