El infierno era aquello tan temido desde la niñez. En el
catecismo enseñaban que allí se ardía eternamente. Al infierno iban los niños
que eran desobedientes, no hacían los mandados ni lo deberes de la escuela o se
portaban mal.
Después, supimos que al infierno iban, también, los que se dejaban llevar por los impulsos de
la ‘biología’. Los que descubrían que había otras alternativas y seguían el
nuevo camino abierto y los que cambiaban el paso, adrede, para ir contra la corriente.
Naturalmente ninguno de los curas moralistas que nos
formaban había leído a Heidegger y como
el filósofo de Friburgo pregonada, podían compartir: “el hombre es un
ser-para-la-muerte y mientras se está vivo el cuerpo es el único dios verdadero”.
Todo tenía que ser ‘no’. Casi todo estaba prohibido. No se
sabía quién atizaba aquellas llamas. Ardían y ardían, o sea, no se apagaban
nunca y, al parecer, el diablo atizador debía tener la fuente de alimentación
muy cercana. No había tregua ni disminuía
la producción.
Vendían el infierno con otras palabras menos irónicas y con
más mala leche desde los púlpitos o desde la penumbra tenebrosa del
confesionario. Era la sociedad de lo malo, de lo pecaminoso, del Dios
fustigador… ¿Por qué nos educaron con tanto miedo?
A veces, hurgo en los papeles viejos. Aparecen mandas:
“seiscientas misas para la salvación de mi alma, seiscientas para satisfacción
de las penitencias mal cumplidas, dos arrobas de aceite para alumbrar a las
ánimas del purgatorio… y que se venda el majuelo de viña que tengo en Majada
Vieja para pagarlo todo…”
Me pregunto: si quedaban viuda e hijos ¿de qué comerían en el
futuro? ¿Qué intereses alimentaban esos escrúpulos de conciencia en el difunto
sin pensar en los menores o en la mujer desamparada que quedaba al albur de la
caridad?
Estaba en el lecho de muerte. Llaman al cura que le instaba al arrepentimiento de los pecados y
al perdón hacia aquellos que le habían hecho de su vida un calvario.
- - “No
perdono a ninguno”.
-Se va a condenar; va a ir al infierno…
- - “Me haré cuenta que no me he mudado”.
- Una amiga a la que la vida tampoco le ha regalado nada ponía
un comentario a un artículo de hace unos días:
- - “El infierno se vive aquí, qué horror”.
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