Calor tórrido. Hace un rato que el reloj pasó las cinco de
la tarde. Llego al paso a nivel de la estación de Álora. El paso a nivel sur –
el norte está intransitable, estrecho y de piso pésimo – es el más amplio, el
que daba paso a la antigua carretera de Málaga a Sevilla por Peñarrubia… Está
cerrado.
El veintiocho de septiembre de dos mil doce amaneció un día
horrible. Descargó agua sin miseria. Se desbordó el río, se llevó por delante la
vida de dos personas, dejó al descubierto la mediocridad que nos desgobierna y
sembró la ruina. Muchísima ruina. Pero, en España nunca pasa nada.
Entre las ruinas materiales – las vidas no tienen precio –
fue aguas abajo el puente que evitaba el cruzar la vía del tren. Casi un siglo
– 1931, fecha de conclusión – viendo pasar la corriente bajo sus barandillas.
Aquella mañana las barandillas quedaron varadas en su cauce. Ha pasado lo que
siempre pasa en España. Ya no hay puente. Ni lo habrá. Los ciudadanos… ¡Que
se…! Sí, eso, exactamente, eso, que usted piensa.
Llega el tren de cercanías. Un rato de espera. Da lo mismo.
Abren, de manera automática, las
barreras. Coches en ambos sentidos de la circulación. Ante la estrechez nos damos, cortésmente, el paso. ¿La
preferencia? ¡Qué más da!
Pierde actualidad leer los periódicos. ¿Los imputados de
ayer son los mismos de hoy? La Guardia Civil los detiene, les toman declaración
y quedan libres “con cargos”. Nunca más se sabe ni de ellos ni de cuando la
Justicia los pondrá en su sitio.
¿Los responsables de lo que les he contado antes? Esos, aún,
mejor parados. Ni un solo expediente abierto, ni un solo fiscal se ha planteado
el estudio del caso por si ha habido un caso de negligencia.
Nadie – los seguros,
no han tenido más remedio, si han cumplido con los suscritos – se ha preocupado
por la situación de cientos de personas. El hombre del campo una vez más han
puesto la espalda. En la radio del coche escucho la balada para Adelina, al
piano, Richard Clayderman…
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