No. No es la parte del baile recogido por el folclore. No.
No es ese cante sublime, palo del flamenco, que llevó a lo más grande aquel genio, Juan de la Cruz Reyes, ‘El
Canario’ al que mataron una noche de agosto, por celos, en el Puente de Triana.
No. No es, tampoco, el gentilicio de la mujer, que por cierto, por si le
faltaba algo, que no le falta, encima va y se pone un ramo de jazmines en el
pelo. ¿Hay quién dé más?
Tiene la gente del campo, siempre el campo, una manera
especial de llamar a las cosas que le son de su día. Y así al tiempo que corre
se le llama ‘hogaño’ y viene Cervantes y recoge, nada menos que en El Quijote,
que “en nidos de antaño no hay pájaros de hogaño”.
Cuando aprieta la calor, al medio día, las cabras no comen,
buscan las sombras y se echan. Entonces, dicen, que ‘sestean’; cuando las
ovejas, amodorradas ni andan, ni pastan…están ‘acarradas’ y, los guarros que
buscan los higos maduros debajo de la higuera… están ‘empicados’.
La yunta, antes de salir a dar la obrada, al amanecer, se
sobrealimentaba con una ‘pastura’ y si se estaba en la era, a la hora de la
merienda, el morero hacía un ‘refalao’ y, por las noches, en el cielo estrellado sobresalía eso que
llaman vía Láctea pero era más nuestro cuando lo llamarlo Camino de Santiago.
No quedan exentos los aires. Si soplaba del norte, era aire
‘de arriba’; del sur, ‘de abajo’ si venía del oeste: poniente (podía sacar
agua) y si era del oriente levante. Pero cuando, en los días de verano amanecía
con aire del norte: cielo azul y limpio y, a media mañana, viraba a levante,
entonces, siempre llegaba un aire especial: ‘las malagueñas’.
“Ya se han levantado las malagueñas y se están abanicando”. Bonito,
bonito de verdad. Expresión castiza, por el abanico, por la mujer, por la
gracia que mueve el aire: “ay, con el
aire que tú llevabas…” y los ojitos de la cara y todo aquello que cantó don
Miguel de Molina. Por cierto, dicen, que mañana, también, se levantarán ‘las
malagueñas’…
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