sábado, 19 de julio de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Castilla


                                        


 Castilla se muere a chorros. Los pueblos como barcos varados en el mar de la estepa acumulan historia con creces, con avaricia, con abundancia. Son pueblos mimetizados en un paisaje de enormes cielos. Una empacadora peina los rastrojos.

La historia se mantiene en pie porque quedan templos románicos, casas de adobes con balcones de rejas desvencijadas y herrumbrosas,  blasones en las fachadas que hablan de un tiempo que fue y ya no es y puertas cerradas desde hace años.

No hay niños en sus calles. Castilla se muere. Los pueblos están despoblados. Dice Barbetio que en Triana “un chiquillo se siente torero frente al espejo”. Me pregunto: ¿los niños de estas tierras adónde llevarán sus sueños?

Sepúlveda es  belleza en el pimpollo del páramo. La rodea el Duratón. Las choperas enhiestas, frondosas y cantarinas delatan los vericuetos y ríos de aguas claras. Pero, Sepúlveda que vive del turismo - y del cordero - apenas tiene problemas de aparcamiento. Y eso, en los tiempos que corren dice mucho.

A Fuentidueña la expoliaron los ‘dólares’ y una discutida ley franquista que daba de lo que había a cambio de restaurar algo de lo que quedaba. Fuentidueña tiene casi más monumentos que habitantes. Una señora me enseña la iglesia de San Miguel. La iglesia es una joya. Puede ser el románico más puro de toda Segovia.  De aquí se llevaron a Nueva York, piedra a piedra, una iglesia gemela: la de San Martín. Me lo dice la señora. Sí señora, le digo, yo la he visto en el Metropolitan…


 Me informa y, ahora, cuando salgan a la carretera tuerzan a la derecha y vayan a Sacramenia. Allí se casó Lequio. Señora, Lequio, como que me da lo mismo, ¿sabe? Allí voy a buscar otras cosas… El tiempo se paró por Cantalejo. El nomenclator del callejero lo canta desde la distancia. Me quedo con  sensación de desasosiego. Por la carretera torcaces, urracas, grajos… 

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