La feria tardaba en llegar una barbaridad. La feria era el
acontecimiento más importante del verano. La escuela decretaba la libertad
cuando las espigas granaban en las lomas y se volvía cuando las nubes tomaban
forma de coliflores en el cielo azul de septiembre.
En los años cincuenta había Reyes Magos, pero como los
caminos estaban tan malos, no sabían a muchas casas del pueblo. En las casas a
donde sí sabían vivían niños – muy pocos- que aparecían por aquellos días
después del cinco de enero montados en una bicicleta; otros, con una pelota de
goma y unos calcetines nuevos.
Cuando llegaba la primavera a las niñas de primera comunión
las vestían de novias prematuras. Les colgaban una medalla de oro pendiente de
una cadena muy fina en el cuello; a
algunos niños de almirantes… y, otros la hacían con un traje prestado y un
librito con pastas de nácar. ¡Ah, también había estampitas y un rosario de
cuentas que parecían perlas!
Decían que había trenes eléctricos y alguien soñaba que si
algún día tenía un niño le compraría un tren eléctrico como los que vendían en
casa de ‘Diego el de la Ferretería…’ ¡Mentira! El tren no sería para su niño sino
para el padre….
Llega la Feria. Pasan los niños por la calle. Van a montarse
en artilugios eléctricos que atraen a la posible clientela con muchos
decibelios en la megafonía. Todo ensordecedor, todo pasado de revoluciones
porque cuánto más ruido, más felicidad.
Me voy a transformar estos días. No sé si seré la sombra del
hombre que empujaba las 'barquillas', si me iré junto al que recogía las fichas
mientras la ola subía y bajaba por un montaje de hierros, si me pondré detrás
del que daba vueltas a la manivela para que remontasen más altas las ‘cadenas…’
No sé. Lo que sí sé es que no estaré junto al hombre que
vendía los tickes para que algunos privilegiados subiesen a aquellos carricoches
de ensueño… Estaré unos días ausentes. Ya saben, me voy de Feria
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