El sol de julio deja las calles solitarias. Pega fuerte. Es
ley de la estación: calor en verano y frío en invierno. Hasta ahí lo normal. Lo
que no lo parece tanto es la banda -granívoros sobre un trigal - de sinvergüenzas que se cría en los campos de
España.
La cosecha este año viene generosa. Dice el refrán que no es
mal año por mucho trigo. Aquí parece otra cosa. Da igual que sea en comunidad -
¡qué rimbombancia,¿verdad? - histórica o un pueblo con nombre sonoro de guerra
incivil o perdido en la estepa más olvidada. Sin miseria.
Ni yernísimo, ni hijo de político, ni porque llegó al cargo
sin haber empatado con nadie. Mano larga en cajón de fácil apertura. Y, lo más
bonito de la película, que siempre ganan. Son inocentes y no tienen la cara más
dura porque no entrenan.
Esta mañana, pasadas las siete y cuarto, - ya se les nota
algo a los días - asomaba el primer rayo de sol. Amanecía un día esplendido. Ni
una nube (media España las ha pasado canutas por mor de las tormentas) y un
cielo azul. De verdad que en un paisaje tan idílico uno se pregunta el porqué
en lugares de cielos tan hermosos puede haber lo que se cría a nivel de suelo.
Arrancaban el vuelo los pajarillos que han pasado la noche
en los ficus del parque. Van a buscar el grano que quedó por los rastrojos
después de levantar la siega. Se buscarán el alimento cruzando los aires que, a
estas horas, aún están frescos.
Se han corrido las
lindes. Pienso en esas que, de niños, nos enseñaron y se llamaban honradez,
limpieza de conducta, ética… No sé. Esas cosas que ya no están de moda. O al
menos, no se venden como venden a Paquirrín que sale todos los días - con lo
que nos cuesta un minuto - en la
televisión. ¡Qué vida esta!
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