miércoles, 16 de julio de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. El dedo en el ojo

                                           

El Rector Magnífico - no dudo que tiene que ser un magnífico Rector - de la Complutense quiere recuperar el espacio que ocupa la capilla católica para uso público. Dicen que necesitan más dependencias. No caben. No dudo de las intenciones del señor rector. Me pregunto, ingenuamente, ¿es necesario llegar a esto?

Me cuenta un amigo que en el Arzobispado de una tierra muy andaluza, la iglesia – o sea, la jerarquía, no la otra – cobra algo así como sesenta mil euros por cada coronación de una Virgen. Lo hacen sibilinamente. A saber: “arreglen – informan a la cofradía de turno, o al alcaldía que  quiere gloria efímera – el tejado de no sé qué casa parroquial o tal o cual campanario…

El Obispo de una diócesis que bañan las aguas azules y claras del mar donde nacieron grandes civilizaciones tenía, en una parroquia del interior, hace unos domingos la administración del Sacramento de la Confirmación. No se presentó. Me cuenta uno de los confirmantes que mandó al rector del seminario. No dio ninguna explicación. Digo yo, y no es por pensar mal, Dios me libre, que debió ser por las muchísimas obligaciones que tendría en la agenda.

Hace unos días asisto  a un funeral en la trinitaria parroquia de San Pablo. ¿La Homilía? Para levantarse e irse si no fuese por respeto al sitio y a lo que convocaba a uno hasta allí. No se han enterado - algunos -  que después de Trento han venido dos Concilios más.


Hay otros olvidos… ¿Se acuerdan hace unos meses la que lió el Arzobispo de Granada? No quieren enterarse que, ahora, en Roma hay un párroco nuevo. Viste de blanco. Tiene formación universitaria y, lo que es más, tiene sentimientos que van innatos con el ser humano. Dicen que el Espíritu Santo rige la Iglesia. Se le debe acumular el trabajo y no da abasto para llegar a tantos sitios.

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