El Rector Magnífico - no dudo que tiene que ser un magnífico
Rector - de la Complutense quiere recuperar el espacio que ocupa la capilla
católica para uso público. Dicen que necesitan más dependencias. No caben. No dudo
de las intenciones del señor rector. Me pregunto, ingenuamente, ¿es necesario
llegar a esto?
Me cuenta un amigo que en el Arzobispado de una tierra muy
andaluza, la iglesia – o sea, la jerarquía, no la otra – cobra algo así como
sesenta mil euros por cada coronación de una Virgen. Lo hacen sibilinamente. A
saber: “arreglen – informan a la cofradía de turno, o al alcaldía que quiere gloria efímera – el tejado de no sé
qué casa parroquial o tal o cual campanario…
El Obispo de una diócesis que bañan las aguas azules y
claras del mar donde nacieron grandes civilizaciones tenía, en una parroquia
del interior, hace unos domingos la administración del Sacramento de la
Confirmación. No se presentó. Me cuenta uno de los confirmantes que mandó al
rector del seminario. No dio ninguna explicación. Digo yo, y no es por pensar
mal, Dios me libre, que debió ser por las muchísimas obligaciones que tendría
en la agenda.
Hace unos días asisto
a un funeral en la trinitaria parroquia de San Pablo. ¿La Homilía? Para
levantarse e irse si no fuese por respeto al sitio y a lo que convocaba a uno
hasta allí. No se han enterado - algunos - que después de Trento han venido dos Concilios
más.
Hay otros olvidos… ¿Se acuerdan hace unos meses la que lió
el Arzobispo de Granada? No quieren enterarse que, ahora, en Roma hay un
párroco nuevo. Viste de blanco. Tiene formación universitaria y, lo que es más,
tiene sentimientos que van innatos con el ser humano. Dicen que el Espíritu
Santo rige la Iglesia. Se le debe acumular el trabajo y no da abasto para
llegar a tantos sitios.
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